domingo, 29 de junio de 2008

Crisis de pánico

El pánico me atenaza. Estoy poseído por el miedo. 

Desconozco qué extraña fuerza me ha llevado a perder las conexiones neuronales que me convertían en una persona normal, pero en este momento necesito pensar en cosas felices para evitar retornar a la situación más terrible a la que he tenido que enfrentarme. Los médicos conocen este mal absoluto como crisis de pánico. Se supone que se da en el momento en que la ansiedad domina a una persona y le hace perder el control.

A mí me pasó el viernes.

Lo que yo viví fue un tránsito por el terror que duró unos 15 minutos. Un cuarto de hora en el que, literalmente, sentí que me moría. El alma, o lo que yo entiendo que es mi alma, se me escapaba del cuerpo sin que pudiera hacer nada. No pude llorar, no pude gritar. La sola idea de respirar me producía escalofríos ante sus amenazantes y terribles consecuencias. Finalmente puede controlarme justo cuando empezaba a perder la sensibilidad en la cara. El simple hecho de recordarlo hace que vuelva a paralizarme y rezar para que todo se quede en el susto. 

Eso es lo más terrible de todo. Cuando me sentía morir, me dio por rezar. Me dio por arrepentirme de todo lo malo que pude haber hecho. Deseaba llorar y no podía hacerlo. 

Asco, decepción, sufrimiento, pánico, aire, caricias.

Cuando todo se te va a la mierda, las caricias te recuerdan que aún en el más oscuro de los caminos, existe algo bueno a lo que acogerse. Disculpen los lectores por este arrebato moralizante, pero cuando uno está realmente jodido, se agarra a cualquier cosa que aún nos haga sentir personas.

Tanto insistir en ser diferente y aquí me tienen. El tipo que se encarga de distinguir las especialidades y construir los senderos de gloria ya me ha mostrado mi vocación: enfermo mental.

Adiós normalidad. Hola psiquiatría. 

Esto se anima, que ustedes lo disfruten.

viernes, 20 de junio de 2008

El último dolor (2008)

Hubo un día en el que pensaste en dejarme y no te sonó mal: duro, sí,  pero asumible. Entonces empezaste a pensar en cómo hacerlo, y la angustia te dijo que lo mejor era hacerlo rápido, decírmelo y ya está.  

La noche anterior al día que me dejaste dormí tranquilo y me desperté con sueño, como siempre. Fui a trabajar y te llamé dos veces. En ambas ocasiones nos dijimos lo que siempre nos decimos: ambos estamos bien y ambos tenemos mucho trabajo. 

El día que me dejaste llegaste más tarde que yo a casa. Entraste por la puerta hablando por teléfono, fuiste a cambiarte y después empezamos a hablar sobre fútbol. La conversación sonaba más trascendente que cualquier otra conversación futbolística en toda la historia. Después te pregunté si estabas bien y, por última vez, te vi llorar más a tí que a mí. 

¿Qué te pasa?

El día que me dejaste, pasaba que me dejabas. Supuse inmediatamente que por otro tipo. Quizás acerté. El tipo era alto y guapo. Divertido e inteligente. Constante y cultivado. Con muchos dientes y mucho pelo. O a lo mejor era feo y gordo y calvo, pero era mejor que yo. De pronto ese tipo tenía todo lo que a mí me faltaba, aunque tú decías que no era nada de eso, era por mí. Nunca me resultaste tan insoportablemente interesante como en ese momento.

El día que me dejaste tuve un arranque de locura. Te grité, te insulté, te ofendí, e intenté humillarte y hacerte daño. Tú ya no llorabas. 

Amenazaste con irte. Poseído por una locura transitoria, pensé que eso empeoraría las cosas y comencé con las súplicas. Te pedí que recordaras los buenos momentos, los pasados y los que podrían venir. 

El día que me dejaste sentía que me ahogaba entre arcadas de llanto y palabras mediocres. Mis sentimientos son perfectamente mediocres.

Te describí al hijo que no habíamos tenido y que podríamos tener.

Vomité.

Te fuiste.

El día que me dejaste no ha llegado aún, pero llegará. Sólo pido que se parezca a esto y no a El estanque dorado, porque no hay nada más terrible que dos viejos que aún se quieren. Cuando uno muere, al otro ni siquiera le queda el consuelo del odio.

El día que me dejaste, te odié con todo el ímpetu con el que ahora te quiero. No había nadie mejor que tú. No la habrá. 

No me jodas con que no lo sabes.

martes, 10 de junio de 2008

¿De qué estamos hechos?

He dejado de fumar. Craso error.

Estoy fatal. Hace sólo una semana que no fumo y ya me encuentro infinitamente peor que antes de dejarlo. Por lo que leo por ahí, parece ser que eso significa que todo va bien. Y un carajo. Paso a enumerar lo síntomas que me aflijen:
- Me mareo.
- No puedo concentrarme, incluso menos que antes.
- Toso como un perro (como un perro que tosa, claro).
- Duermo terriblemente mal, y esto me mortifica, pues dormir era una de las pocas cosas que se me daban bien.
- Estoy enfadado. Mucho. Tan enfadado estoy que empiezo a temer por mis ya de por sí escasas relaciones personales. Dentro de poco creo que van a tener que ponerme un bozal, de ese modo, el mundo se libraría de mi tos de perro y de mis mordiscos de perro.
- La comida, la bebida, el sexo, las películas, la música y las conversaciones han cambiado. No sé si son mejores o peores, pero está claro que son diferentes. Me gustaban de la forma en que eran antes, o lo que es lo mismo, me gustaban más cuando eran perjudiciales para mi salud.
-  Todos estos síntomas, como los mandamientos, se resumen en uno solo: soy una persona diferente cuando no fumo, pero me gustaba más cómo era antes. 

Estoy francamente jodido.

La gente no para de decir en todas partes que el tabaco es sólo un mal hábito, algo que te hace oler mal y ponerte enfermo, y que no lo necesitas para ser feliz. De hecho, lo único que te hace el tabaco es quitarte años de vida. Ya, ojalá... Con el tabaco se me ha ido una parte de mí mismo, algo que en cierto modo me representaba y con lo que me sentía cómodo, algo que aún me acercaba a mi adolescencia, y a la madurez de Bogart, y a la vejez de Clint Eastwood, a cosas que podríamos englobar dentro del concepto "rebeldía amable". Joder, cómo me gustaban los pitillos de antes y los de después de cualquier cosa que valiera la pena. 

Me persigue una pregunta: ¿hasta qué punto es el tabaco parte de mí? ¿Sería yo el mismo tipo si no hubiera fumado un pitillo en mi vida? Lo que más me abate no es asegurar que, sin duda, sería distinto. Lo que me tortura es SABER que sería peor. ¿De qué estamos hechos? Sólo respondo por mí: yo estoy hecho de recuerdos, conocimientos, sensaciones, los tradicionales huesos, músculos y grasas y, qué cojones, de tabaco, de todo el puto humo que me ha cabido en los pulmones mientras que ha durado.

Por cierto, lo dejo voluntariamente. El cabrón del médico no ha tenido nada que ver en esto.

miércoles, 4 de junio de 2008

La parábola del colirio y la Nocilla

Cuentan los cubitos de hielo del congelador, que en una noche de humo y metralla en la casa del altísimo, la profeta abandonó su reclusión alucinógena y se dirigió a sus discípulos diciendo: 

- En verdad os digo, seres inertes, que me ausentaré unos instantes que os parecerán tres vidas de anciano, y cuando vuelva, todo cambiará en vuestras dejadas existencias, repletas de vacío, colapso y hambre de mil días. 

Con la salida de la profeta llegaron las murmuraciones al templo. Tres peregrinos se encontraban en él, y comenzaron a dudar:

- La profeta nos ha abandonado a nuestra suerte. La ira del altísimo castigará duramente nuestras perversiones con el hambre perpetua.

El otro dijo:

- No lo hará. Traerá Nocilla a nuestros estómagos y paz a nuestros espíritus.

Y la última afirmó:

- Sólo los taquitos de jamón traerán consuelo a estas almas penitentes.

Tras las dudas, los comentarios y las insinuaciones, que no habían sino avivado la necesidad de los peregrinos, la profeta volvió y dijo:

- Pecadores, habéis dudado de mí, y por ello mereceríais que os abandonara en vuestro peregrinar hacia el infierno, pero no lo haré porque el Señor me ha hablado y me ha contado de vuestras penurias. He aquí la respuesta a vuestras plegarias-. Y mostró a todos un diminuto recipiente, sin duda obra del Señor, que contenía un líquido al que la profeta bautizó como colirio.

- Tomad y aplicad este colirio a vuestros ojos sin virtud-, dijo la profeta, y uno a uno los peregrinos se dirigieron aliviados a la despensa, donde saciaron su hambre y su sed. La profeta dijo entonces: - Respirad aliviados hermanos, porque antes estabais ciegos y ahora veis; poco, pero veis.

Moraleja: cuando entre un grupo de gente extremadamente colocada, uno decide levantarse, los demás exigirán que sus actos estén a la altura de su arrojo. 

Y que traiga Nocilla y cucharas.

martes, 3 de junio de 2008

Cosas que nunca podré ser...

Cuando, siendo pequeños, los adultos nos preguntan "¿qué quieres ser de mayor?", todos contestamos algo. Ese algo cambia muchísimo de unos niños a otros, y a veces se obtienen respuestas increíbles. Por ejemplo, Barack Obama, ese señor que tan bien pone la cara de "soy más honesto que nadie", ya decía de niño que él quería ser presidente de su país. Probablemente podríamos seguir enumerando cantidad de ejemplos de niños que tenían perfectamente claro los genios que serían en el futuro, generando una cantidad ingente de pringoso material de biografía de aeropuerto. Sólo como pequeño inciso, quiero comentar que mi sobrino, que tiene tres años, quiere ser camionero o peluquero. Mi sobrino es cojonudo.

Todo este rollo viene a que, a lo largo de la vida, y a no ser que seas uno de estos tipos con la mente preclara, la respuesta a los inquirimientos vocacionales va cambiando muchísimo. Yo empecé queriendo ser arqueólogo, como Indiana Jones, pero me dijeron que sería muy peligroso enfrentarme a soldados y fuerzas sobrenaturales. Después quise ser astronauta y buceador, pero estas profesiones me destinaban a una muerte por ahogamiento casi segura, y así sucesivamente hasta que opté por la profesión que por aquel entonces me parecía la cosa más segura del mundo: fotógrafo. La ilusión me duró poco, pues mi hermana, siempre dispuesta a hacerme rabiar, me dijo que podría romperme un dedo al apretar el disparador. Desde entonces quedaron completamente desechados los pronósticos sobre mi futuro profesional.

A pesar de tan triste historia, poco a poco fui poniéndome otro tipo de metas un poco más dispersas. Aprende esto por aquí, mira cómo funciona aquello de más allá y, como la ilusión es libre, fui fijándome altas metas sucesivamente hasta ahora, momento en que puedo afirmar definitivamente que yo ya no seré nada de lo siguiente:

- Abogado estrella del bufete más importante del mundo. Ponle tú el nombre, o mejor aún, pon la lista de apellidos.
- John Lennon en el Shea Stadium de Nueva York, gritando y sonriendo a partes iguales.
- Cualquier otro Beatle en el Shea Stadium de Nueva York, sonriendo más que gritando.
- Locutor de un programa de radio nocturno, poniendo música cojonuda y colapsando la centralita de llamadas.
- Delantero centro del Madrid en el Bernabéu, marcando un gol y celebrándolo en el fondo sur.
- Piloto de lo que sea. Coche incluido.
- Paracaidista (esto ya no me gustaba mucho de pequeño).
- Actor de cine. Una vez en el colegio me apunté a una prueba para el papel más importante de la función de Navidad (que de forma inquietante para un colegio religioso, ese papel era el de Herodes) y me olvidé del día en que iban a pedirme que recitara mi texto. Lógicamente, no recordaba el texto porque ni lo había leído. Tan mal fue la cosa que le dieron el papel a la empollona de mi clase. Sí, antes que darme a mí el papel, el profesor consintió en que una niñita repelente hiciera el papel de Herodes.
- Triplista decisivo en la NBA. Esto me duele especialmente.
- Campeón de ajedrez. Obviamente para esto nunca es tarde, aunque tengo entendido que hace falta estudiar mucho y yo no estoy por la labor.
- Soldado. Por supuesto que ahora casi todos decimos: "¿Yo?, ¿militar? Ni de coña", pero de niños, todos, sin excepción, nos veíamos repartiendo democracia (y estopa) por el mundo adelante.

Voy a dejar la lista aquí porque me estoy deprimiendo muchísimo. ¿Qué me queda? Puede que modelo de pene y... escritor de posts concisos. Ejem.

P.D.: Espero que mi sobrino pueda, en algún momento de su vida, conducir un camión con las tijeras de peluquero en la mano.

lunes, 2 de junio de 2008

Buen ritmo

Estoy escribiendo y me encuentro fenomenal. Esto de darle a la tecla vuelve a resultarme sencillo, agradable e inspirador. Cuanto más escribo, más me gusto.

Creo que es importante, una vez que he entrado en materia, hacer un par de aclaraciones:

1- No tengo ni puñetera idea de cuánto me va a durar el arrebato de escribir. Ojalá sea mucho, me gustaría que fuera para siempre y que "para siempre" sea mucho tiempo, pero prefiero no empezar a hacer cálculos. Esto lo aviso porque si un día no vuelvo a aparecer por aquí, no quiero que nadie se lleve sorpresas ni me diga: "Oye Escritor de mierda, hace mucho que no escribes". Eso no me gusta. Bastante tengo con decepcionarme a mí mismo.

2- Esto lo escribo para mí, porque me hace sentir bien y porque me apetece. No tengo ninguna necesidad de que me alaben o me critiquen, por lo que no necesariamente responderé a las críticas o a las alabanzas en caso de que lleguen a producirse. Partiendo de esta base, es justo que quien quiera puede decir lo que le dé la real gana.

Una vez expuesto lo anterior, ya puedo dejar de actuar como un imbécil y seguir a lo mío. Estoy seguro de que nadie (o casi nadie) lee ni leerá esto. Estas dos ideas tan torpes que acabo de escribir están ahí, como todo lo demás, sólo porque me parece importante aclarar estos puntos en mi cabeza.

Como te digo una cosa, te digo la otra.

Utilizar en caso de invasión extraterrestre

Hay ciertas cosas que nos definen como especie (me refiero a los humanos en general, no sólo a los gallegos). Una de ellas, probablemente la más importante, es nuestro gusto por contarnos historias, anécdotas, batallitas en general. Si no fuera por esto, jamás hubiéramos avanzado lo más mínimo, puesto que si no necesitáramos contar al que tenemos al lado lo que nos pasa, no se nos hubiera ocurrido socializarnos y no podríamos haber creado herramientas de todos los colores y formatos para volver a aislarnos (pero eso es otra historia en la que no me apetece lo más mínimo entrar).

A lo que voy es a que si la humanidad tuviera que defenderse de alguna manera ante, así a bote pronto, un tribunal alienígena universal en el que se nos fuera a juzgar como especie, siempre podríamos decir:

- Sí, de acuerdo, hemos cometido todo tipo de tropelías a lo largo de la historia. Nos hemos matado, torturado, violado y causado durante siglos incontables sufrimientos los unos a los otros. Hemos sido inmorales hasta la extenuación y no nos ha importado lo más mínimo cagarnos en todo lo que, en definitiva, importa realmente. Pero por favor, antes de borrarnos del espacio y el tiempo para siempre, tengan en cuenta que también hemos hecho esto:



Nos matarían igual, pero seguro que callaríamos muchas bocas.