miércoles, 23 de julio de 2008

Talkin' 'bout my generation

Hace ya tiempo que tengo ganas de decir una cosa: estoy hasta los cojones de que intenten clasificarme. Y no sólo a mí. Estoy hasta los cojones de que intenten clasificar a toda mi generación con anuncios y más anuncios musicales supuestamente ingeniosos. Me cago en las bebidas carbonatadas y todo ese rollo que pretende decirme a mí y a mis congéneres lo importantes y originales que somos. Basta ya.

No somos ni importantes, ni originales, ni nada. Somos una panda de tíos y tías perdidos, en el mejor de los casos, que estamos hartos de haber estudiado porque era lo correcto, de trabajar como condenados para empresas de mierda a las que no importamos nada y que nada nos importan, de que nuestros padres (y aquí incluyo a la tele)  nos vendieran la moto de que estábamos llamados a grandes gestas. Como dijo Brad Pis (perdón por la licencia) en una película cada vez más espantosa: “La publicidad nos hace desear coches y ropas, tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos. Somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos. No hemos sufrido una gran guerra, ni una depresión. Nuestra guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida. Crecimos con la televisión que nos hizo creer que algún día seriamos millonarios, dioses del cine o estrellas del rock, pero no lo seremos y poco a poco nos hemos dado cuenta y estamos, muy, muy enojados". Esta cita, aún pronunciada por un tipo que representa todo lo que critica, creo que resume bastante bien el sentimiento de nuestra generación. Quizás resuma el sentimiento de todas las generaciones, pero en lo que a mí respecta, creo que encaja con la mía. 

El mayor problema es que ni por asomo vamos a transformar ese enfado en nada que no sea una borrachera o una manifestación para que no nos quiten el botellón. Somos incluso más patéticos que los anuncios de bebidas gaseosas. No tenemos ideas políticas ni de ninguna otra clase, y con ideas no me refiero a haber leído libros pasados de rosca o a votar al rojo o al azul, me refiero a tener una idea de qué hacer con el mundo. Qué se yo, quizás ni siquiera nos importe el mundo. A lo mejor hasta somos la última generación que habitará en este ponzoñoso planeta, y el fin de los tiempos nos encuentra admirando la última ocurrencia publicitaria de la empresa de turno. Una de esas que nos va a salvar a todos. Una de esas que para salvarnos empieza por despedir a la mitad de su plantilla. Una de esas que hace que todo lo bonito que resta en nuestras vidas lleve un código de barras en el culo y una etiqueta con un smiley que nos sonríe y nos dice: "Cómprame, serás tan feliz que ni siquiera podrás recordar lo infeliz que eres realmente".

Por cierto, ¿qué tal estáis pasando vosotros la semana? Yo por aquí, largándome unos cuantos topiquillos... 

martes, 15 de julio de 2008

El Calippo de fresa, ese elemento subversivo


Como para otros muchos campos, para el de los helados prefabricados tengo una opinión formada. Es lo bueno de ver el mundo desde una perspectiva monocromática, que puedes opinar rotundamente acerca de cualquier tema. En el caso de los helados de diseño, tengo claro que nunca se ha hecho, ni nunca se hará, algo tan prodigioso como el Calippo de fresa, el gran legado de Frigo para el mundo.

Para empezar, ¿qué es exactamente un Calippo de fresa? Para aquellos que no lo sepan, se trata de un voluptuoso trozo de hielo de unos 16 centímetros (manejo la referencia porque es la mitad de 32), con forma cilíndrica y color medio rosa medio rojo. Podría precisar el tono si me dedicara a vender telas o leer revistas de moda, pero yo me quedé en la clasificación de colores más fiable del mundo: la caja de Plastidecor, aunque esa es otra historia. El caso es que es una especie de glande interminable que se pierde en una funda también cilíndrica que se emplea a modo de sujeción y que, a mismo tiempo, facilita el consumo del helado, pues apretando en la base, el trozo de hielo sube. En definitiva, un prodigio de la ingeniería.

Les aseguro que esto se vende a los niños.

Puedo asegurarlo porque cuando yo era niño me lo vendían. El Calippo de fresa, que obviamente está inspirado en un pene erecto (probablemente en el pene erecto del propio señor Frigo), es una especie de pesadilla freudiana en forma de postre. ¿Por qué?, Pues porque cuando uno ya tiene edad suficiente para saber lo que este "helado" representa, no puede sino preguntarse cuál es el motivo de su (de mi) adoración por él, y digo adoración porque, en un buen día, puedo llegar a comerme hasta tres Frigopollas heladas sin ruborizarme (esta ausencia de rubor pueda explicarse probablemente por lo helado del asunto).

En resumidas cuentas, les cuento que hoy me he planteado la siguiente pregunta: ¿me convierte esta insaciabilidad calipera en homosexual? Tranquilas madres del mundo. La respuesta es no, al menos en mi caso, puesto que lo como a dentelladas y no a lametones. En cualquier caso, no se despisten. Comprueben que sus hijos muerden el Calippo cual filete de ternera, y podrán seguir soñando con bodas perfectamente heterosexuales entre su vástago y la zorra que se lo vaya a quitar. Y otra cosa más: comprueben que su marido no guste de introducirse el Calippo por el culo. Si esto pasara, no duden en descartar la fresa y empezar a comprarlos de lima limón. Se ahorrarán horas de psicoanálisis.

Por cierto, dicen las malas lenguas que la interracialidad ha llegado al mundo del Calippo. El señor Frigo, siempre según estas fuentes que no puedo revelar, está pensando en lanzar el Calippo de cola, un 25% más largo que sus antecesores.

Y después no se puede decir coño en la tele porque los niños se asustan...

P.D.: nótese la mariquita que avanza juguetona hacia el Calippo en la imagen que ilustra el texto. Si esto no es publicidad subliminal, que venga Dios y lo vea.

lunes, 7 de julio de 2008

Ten fe en tus mentiras (2008)

Ya tiene la frase. La frase con la que escribirá un relato/cuento/poema/novela. Será un trabajo ganador. Ganará dinero y se comprará cosas. Comprará coches, casas, sexo, AMOR.

Ten fe en tus mentiras. Tiene la frase, pero, ¿quién la pronunciará? ¿Será el título de su obra maestra? ¿Será la frase que la introduzca? Puede que el relato acabe así:
Un abogado se abraza a su cliente antes de afrontar el interrogatorio final, después de terribles dilemas morales por saber culpable a su defendido. Es posible que sea un mensaje de Dios a San Pedro. O de San Pedro a Dios. Nononononononono, mejor será el slogan de campaña de un político futurista, cuyos acólitos se contarán entre los llamados “sinbrain”, una secta mutante nacida de entre las cenizas de un holocausto nuclear que…

- Vaya mierda, piensa.

Se centrará en la frase. La frase lo es todo. Ten fe en tus mentiras. Quizá sea el momento de descansar un poco. Tras una siesta estará mejor. Ahora no puede pensar con claridad.

El sol le da de lleno en la cara, está empapado en sudor. Hace mucho tiempo que no sueña nada y hoy no ha sido una excepción. De su boca pastosa sale La Frase como una bocanada de humo. Ten fe en tus mentiras. Se está obsesionando. Sabe que está divagando pero no puede parar de hacerlo. ¿A quién le atribuirá la frase?

¡Ya lo tiene! Será una especie de autobiografía. Un escritor frustrado y desquiciado por la falta de éxitos decide crear un personaje para sí mismo: el escritor de best-sellers. Sabe que no será fácil pero tiene la fórmula magistral, debe tener fe en sus mentiras.

Se levanta del sillón, baja las escaleras de su casa, tropieza con la alfombra del portal y de camino a la librería profiere innumerables maldiciones relacionadas con las alfombras mal colocadas, los portales sucios y las uñas de los pies largas. Ya en la librería lleva a cabo metódicamente una selección de portadas de colores brillantes, letras mayúsculas y títulos que prometen enigmas, sexo o ayuda.

Vuelve a casa.

Vuelve a tropezar con la alfombra.

Empieza a leer.

Se sorprende, devora los libros. Todo lo que lee le divierte sobremanera. Empieza a sentirse a gusto, se ducha, se afeita y le agrada ver a otra persona en el espejo.

Sigue leyendo.

Empieza a escribir, vuelve a hacerlo con soltura. Escribe relajado, con la conciencia tranquila. Describe mundos lejanos, vidas interesantes, secretos, hermosas mujeres.

Termina. Se siente orgulloso del final de su novela. Es un final inesperado. Por un momento, se dice, casi se sorprende a si mismo. Sonríe. Había oído hablar de la autocomplacencia, siempre mal, pero descubre que es una sensación muy agradable.

Comienza a mover el manuscrito. Le llaman muchos editores. Tu libro es un éxito le dicen.

Compra casas, coches, sexo.

Se suicida.

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No soporto a este tío. Será mejor que empiece de nuevo. Retomaré la frase. Tenía la frase.

Ten fe en tus mentiras…

jueves, 3 de julio de 2008

La boda de mi mejor amigo

Para empezar, perdón por el asqueroso título que remite a aquella asquerosa película, pero resulta que esto es lo que hay. Lo que hay es que este fin de semana mi mejor amigo se casa en nuestra ciudad natal con su novia de toda la vida.

Sí, estas cosas pasan. Un día quedas para tomar unas cervezas, tienes diecisiete años y A., tu mejor amigo, viene a decirte que ya, que por fin, que se ha tirado a una "madurita" de treintaysiete años y que ha sido la hostia. Te lo cuenta con pelos y señales, exactamente como le pedimos que nos lo cuente, y el tipo no cabe en sí de la felicidad que eso le supone. Cuando eres un adolescente, o postadolescente, o como coño se clasifique a un salido entradito en kilos de diecisiete años, te hace mogollón de ilusión tirarte a una mujer de treintaysiete, especialmente si es la primera vez que el sexo llama a tu bragueta, y el revolcón supone quitarte de encima lo que en esos momentos te parece un estigma, o sea, la castidad. El caso es que ese tipo grandullón se casa este fin de semana, diez años después de aquello, con una chica que por muy buena que sea, que lo es, nunca me parecerá suficientemente cojonuda para él. Siete años lleva ya con ella. Qué hijo de puta.

Él es una de las personas fundamentales de mi vida, uno de esos que están en mi lista de elegidos para escapar a Marte cuando todo esto se vaya a tomar por el culo. Nadie mejor que él para contar chistes, o para decir burradas, o para salir una noche de juerga y, doce copas después, comerte una hamburguesa con más aceite que carne, por mucha carne que tenga la susodicha. Es el mejor para la alegría y uno de los mejores para las tristezas, que en estos años ya hemos pasado unas cuantas. Al tipo le gustaba cantar, y jugar al Trivial, y al mus, y al baloncesto. Hace mucho que no hacemos nada de esto juntos, y sólo puedo culpar al tiempo y a la distancia, porque el cabrón de A. siempre está dispuesto para todo.

Hay algo terrible en esa boda que se nos viene encima. Terrible para mí claro, que al fin y al cabo el blog es mío y está para hablar de mí. Supongo que sencillamente se trata de que el tiempo ha pasado, que cuando digo "hace diez años" me estoy refiriendo a tipos que ya eran adultos. Me jode la certeza de que ya nunca más volveré a verle en el medio de una calle intentando hablar con todas y cada una de las tías que pasaban a nuestro lado, sin que yo pudiera parar de reírme. A. es la clase de tío que hace reír a todo el mundo. Hasta a las tías que pasaban a su lado con fingida indiferencia. Para nosotros se acabó todo eso. Ahora que jugamos a ser mayores y no sabemos ni por dónde coño empezar, él ha empezado por la hipoteca y el matrimonio. Y qué cojones, partiendo de la base de que no tengo un jodido condensador de Fluzo para volver a la cervecería y a la conversación sobre las treintañeras calentorras, espero que le vaya bien. Espero que A. y su futura se quieran toda la puta vida como se quieren ahora, y que tengan niños, y que esos niños sean la mitad de cojonudos que él.

A. es uno de los pocos hombres a los que les puedo decir que les quiero sin ruborizarme. No sabes cuánto me alegro de que seas mi amigo, gordo.

¡Vivan los novios!

miércoles, 2 de julio de 2008

Tiro al palo: aún no estoy para que me internen

Bueno, después de un poquito de bazofia de autoayuda, precedida por un ejercicio amoroso de los que me acercan a la camisa de fuerza, puedo confirmar que con crisis o sin crisis, aún no me he vuelto loco. Según mi psiquiatra (sí, sé que dicho por Woody Allen tiene más gracia) aún no me he vuelto loco, pero me está quedando bastante claro que mi actual postura ante la vida puede conducirme a redecorar mi habitación con paredes acolchadas. Por muy atractivo y cómodo que pueda parecer este cambio en el mobiliario, creo que, por ahora, me conviene hacer ejercicio, tomarme las miserias propias y ajenas con más calma, y abonarme a lo que se conoce como pensamiento positivo: ¿que el mundo es una puta mierda?, puede ser pero, visto lo visto, a partir de ahora mejor lo consideraré una planta de reciclaje.

Hay que joderse. Pongamos que mañana salgo a la calle y me lío a hostias con todo lo que no me gusta: todos esos tipos mediocres, autocomplacientes, averiados, maleducados, vagos, recelosos, rezumantes de grasa, sudor, cera y estupidez. ¿Qué pasaría? Que me meten en la cárcel. Sin embargo, a esos mismos tipos que me sacan de quicio con sus memeces hasta hacerme perder el juicio, a esos, no les pasa nada. Y encima votan los cabrones. Yo digo: "seamos libres, leamos, amémonos, no toquemos los cojones de los vecinos gratuitamente, seamos respetuosos, bailemos, bebamos, follemos y charlemos". Ellos dicen: "Muuuuuuuuuuuuuuuu (y con peor acento que las vacas)" y la sociedad les premia por ello con la bendición de la democracia. Esto es: "¿Ves ese tipo de ahí? Sí, ese que es mejor que tú en todo. Pues con tal de que alimentes el sistema con un papelito en una urna, yo me encargaré de que él esté cada vez más jodido y tú cada vez mejor. Vivirás cual cerdito feliz en pocilga de diseño".

Pero no teman, no están asistiendo al nacimiento de otro burro fascista. En lo que a mí respecta, los fascistas, los comunistas, los liberales, los moderados, los demócratas, los verdes, los nacionalistas y los panaderos en general, pueden coger sus ideologías, sus vestidos, sus gestos, sus símbolos y sus códigos, hacerse un paquetito con todo ello y metérselo por su democrático culo. Y se preguntarán, ¿cómo puede ser democrático el culo de un fascista? Sospecho que habiendo leído la pregunta no necesitarán ya de una respuesta. Si alguien sabe de democracia son los fabricantes de retretes. Ahí es donde se encuentra la verdadera "esencia" de la democracia.

Por cierto, por si fuera necesario, me parece importante dejar claro que este no es un post sobre política.

Les dejo por hoy. Voy a ver ET el extraterrestre con una pastillita debajo de la lengua. Paz hermanos.

P.D.: pido perdón a todos los que no merezcan estas ofensas. Especialmente a los panaderos.