No somos ni importantes, ni originales, ni nada. Somos una panda de tíos y tías perdidos, en el mejor de los casos, que estamos hartos de haber estudiado porque era lo correcto, de trabajar como condenados para empresas de mierda a las que no importamos nada y que nada nos importan, de que nuestros padres (y aquí incluyo a la tele) nos vendieran la moto de que estábamos llamados a grandes gestas. Como dijo Brad Pis (perdón por la licencia) en una película cada vez más espantosa: “La publicidad nos hace desear coches y ropas, tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos. Somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos. No hemos sufrido una gran guerra, ni una depresión. Nuestra guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida. Crecimos con la televisión que nos hizo creer que algún día seriamos millonarios, dioses del cine o estrellas del rock, pero no lo seremos y poco a poco nos hemos dado cuenta y estamos, muy, muy enojados". Esta cita, aún pronunciada por un tipo que representa todo lo que critica, creo que resume bastante bien el sentimiento de nuestra generación. Quizás resuma el sentimiento de todas las generaciones, pero en lo que a mí respecta, creo que encaja con la mía.
El mayor problema es que ni por asomo vamos a transformar ese enfado en nada que no sea una borrachera o una manifestación para que no nos quiten el botellón. Somos incluso más patéticos que los anuncios de bebidas gaseosas. No tenemos ideas políticas ni de ninguna otra clase, y con ideas no me refiero a haber leído libros pasados de rosca o a votar al rojo o al azul, me refiero a tener una idea de qué hacer con el mundo. Qué se yo, quizás ni siquiera nos importe el mundo. A lo mejor hasta somos la última generación que habitará en este ponzoñoso planeta, y el fin de los tiempos nos encuentra admirando la última ocurrencia publicitaria de la empresa de turno. Una de esas que nos va a salvar a todos. Una de esas que para salvarnos empieza por despedir a la mitad de su plantilla. Una de esas que hace que todo lo bonito que resta en nuestras vidas lleve un código de barras en el culo y una etiqueta con un smiley que nos sonríe y nos dice: "Cómprame, serás tan feliz que ni siquiera podrás recordar lo infeliz que eres realmente".
Por cierto, ¿qué tal estáis pasando vosotros la semana? Yo por aquí, largándome unos cuantos topiquillos...