Podría contar que todo sigue igual en mi trabajo, llamando por teléfono y enviando mails (osea, como el trabajo de todo el mundo), todo sigue igual en la tele, hasta que por fin a algún ejecutivo de la MTV se le ocurra el programa definitivo de la tele-realidad, que para mi gusto consistirá en una bisexual que, observada en todo momento por las cámaras, debe decidir a la madre de qué ex-novio o ex-novia fríe en una silla eléctrica. La novedad consistiría en que debe tomar la decisión en la oscuridad, con la sola ayuda de unos palillos chinos y un globo de helio.
Me lío, continuaré con las cosas que siguen igual. Todo sigue igual con mi familia, trabajando activamente en pro de la sociopatía, y sigo queriendo exactamente de la misma manera a Rula y a todos los demás que me hacen la vida agradable. Sigo sin hacer, escribir, codirigir, dirigir o, qué coño, bailar, nada que realmente valga la pena, aunque uno de estos días me vengaré del mundo y abarrotaré los océanos con libros míos, impresos con el papel del Amazonas que previamente habré talado y, a continuación, invadiré la tele con realities de ejecuciones y publicidad sobre desarrollo sostenible (podéis imaginarme en este momento, ¿verdad?, en calzoncillos, sentado en el sofá y agitando el puño en alto).
¡Ah!, y por si no os habíais dado cuenta tras estas hermosas líneas, sigo perfectamente mal de la cabeza, sólo que sin mareos. Igualmente ególatra y egoísta, pero poniendo más lavavajillas. Prefiero no hablar de dejar el tabaco y el vino, ni de volver a hacer ejercicio, lo que para el caso es lo mismo. Y continúo esperando que me caiga del cielo un boleto premiado de los Euromillones, y puestos a pedir, que pese un par de kilos y me golpee en la cabeza para que, de paso, me joda la conciencia y me olvide de repartirlo con nadie. Yo yo yo yo yo yo yo yo yo yo yo yo yo yo yo yo yo yo yo.
Pesado, que eres un pesado.
Tooooooooodo igual.