lunes, 29 de septiembre de 2008

Estoy hueco

Pues sí, estoy hueco. Podría decir que estoy vacío, pero no sería exacto. Estoy hueco porque, aun teniendo cerebro, órganos internos y huesos, todo en mí está hueco. Mi cabeza es como el Coyote cayendo por un barranco: después de mucha profundidad, una nubecita de polvo (por cierto, ánimo tío, sé que el día menos pensado darás caza a ese pájaro cabrón). Para resumir: no se me ocurre nada, y si a eso añadimos que cuando aún se me ocurrían cosas no resultaban ser muy ocurrentes, lo que ahora me ocurre resulta en ninguna ocurrencia. ¡Buuuuuuuuuuuuuuu! Apesto.

Podría contar que todo sigue igual en mi trabajo, llamando por teléfono y enviando mails (osea, como el trabajo de todo el mundo), todo sigue igual en la tele, hasta que por fin a algún ejecutivo de la MTV se le ocurra el programa definitivo de la tele-realidad, que para mi gusto consistirá en una bisexual que, observada en todo momento por las cámaras, debe decidir a la madre de qué ex-novio o ex-novia fríe en una silla eléctrica. La novedad consistiría en que debe tomar la decisión en la oscuridad, con la sola ayuda de unos palillos chinos y un globo de helio. 

Me lío, continuaré con las cosas que siguen igual. Todo sigue igual con mi familia, trabajando activamente en pro de la sociopatía, y sigo queriendo exactamente de la misma manera a Rula y a todos los demás que me hacen la vida agradable. Sigo sin hacer, escribir, codirigir, dirigir o, qué coño, bailar, nada que realmente valga la pena, aunque uno de estos días me vengaré del mundo y abarrotaré los océanos con libros míos, impresos con el papel del Amazonas que previamente habré talado y, a continuación, invadiré la tele con realities de ejecuciones y publicidad sobre desarrollo sostenible (podéis imaginarme en este momento, ¿verdad?, en calzoncillos, sentado en el sofá y agitando el puño en alto). 

¡Ah!, y por si no os habíais dado cuenta tras estas hermosas líneas, sigo perfectamente mal de la cabeza, sólo que sin mareos. Igualmente ególatra y egoísta, pero poniendo más lavavajillas. Prefiero no hablar de dejar el tabaco y el vino, ni de volver a hacer ejercicio, lo que para el caso es lo mismo. Y continúo esperando que me caiga del cielo un boleto premiado de los Euromillones, y puestos a pedir, que pese un par de kilos y me golpee en la cabeza para que, de paso, me joda la conciencia y me olvide de repartirlo con nadie. Yo yo yo yo yo yo yo yo yo yo yo yo yo yo yo yo yo yo yo.

Pesado, que eres un pesado.

 Tooooooooodo igual.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Los placeres de la vida II: la autodestrucción controlada

Imaginemos: un día cualquiera. Uno de esos días que preceden a otro día en el que sabes que vas a poder dormir a pierna suelta sin agobios de trabajos ni despertadores. Centrémonos en la noche de ese día: cena abundante, fundamentalmente proteínica, agua a litros, y los primeros cigarrillos de la noche. Una ducha rápida, unos vaqueros, y una camiseta que te pones a marchas forzadas mientras suena el timbre de la puerta. Compañía, hielos y alcohol, quizás algo más. Todo listo para comenzar a castigar el cuerpo.

No soy un alcohólico, esta aclaración es importante, no desde un punto de vista moral, sino porque hace ver que para emborracharme debo beber más que un par de vasos de vino. Me gusta pasarme ciertas noches bebiendo sin parar, fumando como si lo fueran a prohibir, y hablando, cantando, gritando y volviendo a beber. Así hasta muy tarde, tan tarde que ya pasa a ser temprano. Tan temprano que ya puedes ver el estado en que está la casa, con toneladas de humo flotando todavía, pilas de CD´s que representan el desorden como ninguna otra cosa, más incluso que los ceniceros a reventar, los vasos pegados a las mesas y las palomitas flotando en líquidos parduzcos. Me gusta el momento en que soy consciente de lo borracho que realmente estoy, de mi agotamiento físico y mental, de que al día siguiente no voy a poder hacer absolutamente nada. Quizás ni siquiera dos días después pueda hacer nada. En cualquier caso, en esos momentos de destrucción, cuando los días siguientes aún son la noche anterior, encuentro un placer infinito en arrastrarme hasta la cama, sellar la habitación contra todo atisbo de luz, y dormirme sin ser consciente de que me estoy quedando dormido.

Mi respiración, mi corazón y yo.