martes, 26 de mayo de 2009

Todos nos equivocamos

El niño que llega desconsolado a casa, con los mocos resbalándole por la barbilla.

La madre que lo abraza y le pregunta "¿qué te pasa, pequeñito?" mientras le ayuda a sonarse. Al momento, con la presión del pañuelo en su nariz diminuta, el niño se deshace en llanto y gritos.

La madre, que ya intuye lo que pasa, le pregunta "hijo, ¿te has metido algo por la nariz?"

El niño, que no soporta más la presión psicológica (todos tenemos un límite), confiesa que su hermano pequeño, un bebé de apenas veinte meses al que odia y quiere con una pasión sorda, le ha metido una piedra por la nariz.

"No me mientas" dice la madre. "Él es muy pequeño para hacerte eso. ¿Te has metido una piedra en la nariz?"

Al fin, al comprobar que su estrategia ha sido descubierta, y temeroso de que la piedra se quede ahí para siempre, se rinde como el hereje ante el inquisidor, aumentando al mismo tiempo el volumen de sus gritos y la intensidad de su desconsuelo.

La madre, experta ya en estas lides, retira el pedrusco con un bastoncillo. Es una piedra enorme, al menos comparada con la nariz del pequeño.

- ¿Me perdonas, mamá?

La madre, viendo la ocasión perfecta para dar una de esas lecciones atemporales que sólo las madres saben dar, le consuela "claro hijo, todos nos equivocamos. Yo también me equivoco a veces. Lo más importante es que cuando te equivoques me lo cuentes, ¿vale?".

- Vale. ¿Tú también te equivocas, mamá?

- Sí, yo también me equivoco.

El niño, sorprendido y agradecido por el compañerismo que ha surgido entre ambos, ya sin lágrimas ni recuerdo de las mismas, se dirige a su madre con cara de compadreo:

- Mamá...

- ¿Sí pequeñito?

- ¿Tú también te metes piedras por la nariz?