viernes, 17 de abril de 2009

El éxito

Discúlpeme, quien aún lea esto, por no dejarme caer más por este fondo negro. Ya saben: el trabajo, la caja tonta, algunos proyectos inacabados y otros incipientes (que probablemente terminen en lo mismo), me han tenido relativamente entretenido los últimos meses. Es precisamente este asunto de los proyectos lo que trae de nuevo a este valiente anónimo a la palestra, y es que empiezo a estar cansado antes de empezar. No soportaré otro par de años sin, al menos, un pequeño éxito que llevarme a la boca.

No hablo aquí de una subida de sueldo o un ascenso (no me malinterpreten, tampoco haría ascos a estas posibilidades), hablo de un éxito de esos que tienes en el cole cuando leen en alto tu redacción, o cuando recuerdas el nombre "del actor ese" que todo el mundo tiene en la punta de la lengua. Hablo de eso pero a lo grande: un premiecito por aquí, una palmada de confianza de uno de los que deciden por allá, y todo eso que tan bien hacen sentir a la estrella mundial que pugna por salir de mi irregular cuerpo. Quiero pasta, quiero reconocimiento, quiero caminar por la calle como si el roce de mis suelas contra la acera sonara como la banda sonora de Rocky. Ya sé que soy un coñazo y que para tener éxito hay que hacer cosas, y lo del sacrificio y bla, bla, bla. Ahora estoy haciendo cosas, y me horripila la idea de que estas cosas (que ahora mismo son lo mejor que yo sé hacer) no sean lo suficientemente buenas/comerciales/socialmente aceptables como para que me valgan la deseada palmadita en la espalda.

Este soniquete que no hago sin repetir con diferentes grados de optimismo lleva retumbando en el sótano de mi cuero cabelludo unos cuantos años ya, y la verdad es que no sé por qué coño lo necesito tanto. Por un lado aborrezco a mis congéneres, deseándoles la peor tortura del chino más malencarado de entre los que habitan el zulo más infecto del más inmundo de los edificios en ruinas (perdón un momento que respire.... ya). Por otro lado, deseo con todo mi ser que esa sociedad detestable me acoja y me encumbre como el más listo entre los bobos, como a ese famoso tuerto que reinó entre los ciegos (y con esto no me refiero al presidente de la ONCE).

¡Queredme diminutos salvajes! ¡Queredme y pagadme para demostrar el amor que profesáis a vuestro rey!