martes, 30 de diciembre de 2008

Todo pasa y todo queda

Con esta frase de Antonio Machado (letrista de Serrat, 1875-1939), pretendo ilustrar lo que esa enfermedad pasajera llamada Navidad representa para mi yo adulto. Recién aterrizado en la capital del Reino tras mi fugaz paso por la tierra madre, me apetece hacer balance (palabra estrechamente ligada a la Navidad, del mismo modo que aparatoso está atada a vendaje) de lo que allí me encontré:

- Una familia que de un tiempo a esta parte está en constante reconstrucción, intentando recuperarse de la puñetera vida sin aparente mejora. La buena noticia es que aún nos queremos todos a pesar de que no nos aguantamos.

- Unos amigos de toda la vida pugnando porque nuestros encuentros sigan siendo algo más que un compromiso de vacaciones, y unos enemigos de toda la vida intentando ser cada año más malos que el anterior. Menos pelo y más tos en casi todos ellos.

- Unos amigos recientes que jamás podrán sustituir a mis compromisos con los amigos pasados. Pero es buena gente.

- Regalos de cumpleaños, regalos de Navidad, regalos de Papá Noel y nostalgia de Reyes Magos, esos grandes desempleados.

- Nostalgia a raudales, de esa tan jodida que incluso alcanza a que eche de menos hasta los últimos cinco minutos que han pasado.

- Humedad que hace que la nostalgia y los virus calen desde el pecho hasta la espalda. Mierda para la humedad.

- Horas de sueño. Pero que muchas horas.

- Los niños, dejando claro que la Navidad empieza y acaba en ellos. Los que están ahora y los que fuimos nosotros hace tiempo.

- Recuerdos y más recuerdos, que por pasados siempre son mejores. La Navidad está pensada para que todos pensemos en lo que hemos perdido por el camino, lo que intentamos conseguir y no conseguimos, y lo que no quisimos ser y sin otro remedio somos. Con este panorama, no nos queda sino gastar dinero y comer.

- Comida a raudales. Casi siempre riquísima.

- Más nostalgia.

- Alcohol, cómo no. Casi siempre malísimo.

- Y lo que queda.

Dicho esto, y después de aburrir o incitar al suicidio al paciente lector, sólo me queda decir que si algo me jode en el mundo es el puñetero topicazo de "no me gusta la Navidad. Me pone triste". A mí me gusta la Navidad, aun con todo lo anterior, es el único momento del año en el que parece que la humanidad se esfuerza por tocarle menos la bisectriz al que tiene al lado. Por sí mismo, eso ya vale la pena.

Además, volviendo a citar al célebre letrista Machado, lo nuestro es pasar, y lo pasado, pasado está.

Feliz año a todos.

P.D.: ¿alguien conoce algún mérito de Manuel Machado aparte de sus lazos familiares?

viernes, 31 de octubre de 2008

El infierno existe y está en un primero izquierda

Vaya, cuánto tiempo sin escribir nada aquí. Es lo que tiene llegar a las 1900 visitas peladas (de las cuales unas 1700 son mías, ávido de encontrar comentarios nuevos a mis miserias), y es que la fama se me sube a la cabeza y me embota la imaginación y los dedos para escribir. Cuántos días me he pasado hueco pensando en la próxima entrada de mi nevera, soñando con posts brillantes e imaginativos, que no repararan en exquisitos vocablos ni deliciosas e hilarantes metáforas. Días perdidos, en los que no me he dado cuenta hasta ahora (bueno, hasta hace una media hora), de que ese no es mi estilo, de que este es mi blog y me gusta como es, de que las aspiraciones de brillantez, en definitiva, mejor me las guardo para una futura reencarnación.

Total, que ahora que ya estoy otra vez metido en faena, y que voy a continuar escribiendo aquí lo primero que se me venga a mis cuatro dedos de frente, os voy a explicar lo que significa el título de este post (reconoceréis que, al menos, el título tiene gancho ¿eh?). Vamos a poner un pelín de misterio y a empezar al estilo de las pelis baratas de terror:

Todo comenzó en una noche oscura, la que precedía al Día de todos los santos, como en una conjunción astral en la que los vivos se acercan a los muertos... Y entonces entré en la tienda de disfraces para recoger un disfraz de jockey que voy a emplear en un absurdo y desesperado proyecto cinematográfico (pero qué rápido pierdo la tesión, y qué pronto me voy al paréntesis).
Pues sí, en Jalogüin, se me ocurrió meterme junto a BA (ver entradas anteriores) en una especie de trampa mortal situada en un primero izquierda de una calle de Madrid, con el objetivo de recoger el famoso traje de domador de jamelgos, que previamente había reservado por teléfono, desconocedor, todavía, de que mi reserva coincidía con uno de los dos únicos días ajetreados del año en una tienda de disfraces. 

Todo se resume, si es que resumir es posible en este endemoniado post, en que una vez en el garito de turno, nos vimos sorprendidos por una turba de urgentes demandantes de vestuario siniestro, entre los que no faltaban trajes de Bitelchús, novias cadáver, y un número indeterminado de desgraciados que veían en este día una posibilidad de triunfar (en el sentido sexual de la palabra) vestidos de fantasmas de la ópera. Sin saber muy bien cómo, aparecí encerrado en el escasamente desinsectado cuarto de baño del lugar, intentando embutirme en unos pantalones de mujer y unas botas a todas luces demasiado altas, incluso para un oficial de la Gestapo. La puerta constantemente golpeada por operísticos fantasmas deseosos de fardar de fajín delante del destartalado espejo del baño, un dependiente obsesionado con ofrecerme chisteras a cada cual más diminuta que la anterior (o eso quiere pensar mi proporcionada cabeza), gritos, gritos y más gritos. Me falta talento y mala baba para describir exactamente en qué se convirtió semejante berenjenal. Sólo puedo advertir a todo aquél que aún lea este abandonado blog de que jamás, pero en plan nunca, se os ocurra meteros en una tienda de disfraces que no esté a ras de acera.

El infierno existe y está en un primero izquierda (me regodeo).

Avisados quedáis.

lunes, 29 de septiembre de 2008

Estoy hueco

Pues sí, estoy hueco. Podría decir que estoy vacío, pero no sería exacto. Estoy hueco porque, aun teniendo cerebro, órganos internos y huesos, todo en mí está hueco. Mi cabeza es como el Coyote cayendo por un barranco: después de mucha profundidad, una nubecita de polvo (por cierto, ánimo tío, sé que el día menos pensado darás caza a ese pájaro cabrón). Para resumir: no se me ocurre nada, y si a eso añadimos que cuando aún se me ocurrían cosas no resultaban ser muy ocurrentes, lo que ahora me ocurre resulta en ninguna ocurrencia. ¡Buuuuuuuuuuuuuuu! Apesto.

Podría contar que todo sigue igual en mi trabajo, llamando por teléfono y enviando mails (osea, como el trabajo de todo el mundo), todo sigue igual en la tele, hasta que por fin a algún ejecutivo de la MTV se le ocurra el programa definitivo de la tele-realidad, que para mi gusto consistirá en una bisexual que, observada en todo momento por las cámaras, debe decidir a la madre de qué ex-novio o ex-novia fríe en una silla eléctrica. La novedad consistiría en que debe tomar la decisión en la oscuridad, con la sola ayuda de unos palillos chinos y un globo de helio. 

Me lío, continuaré con las cosas que siguen igual. Todo sigue igual con mi familia, trabajando activamente en pro de la sociopatía, y sigo queriendo exactamente de la misma manera a Rula y a todos los demás que me hacen la vida agradable. Sigo sin hacer, escribir, codirigir, dirigir o, qué coño, bailar, nada que realmente valga la pena, aunque uno de estos días me vengaré del mundo y abarrotaré los océanos con libros míos, impresos con el papel del Amazonas que previamente habré talado y, a continuación, invadiré la tele con realities de ejecuciones y publicidad sobre desarrollo sostenible (podéis imaginarme en este momento, ¿verdad?, en calzoncillos, sentado en el sofá y agitando el puño en alto). 

¡Ah!, y por si no os habíais dado cuenta tras estas hermosas líneas, sigo perfectamente mal de la cabeza, sólo que sin mareos. Igualmente ególatra y egoísta, pero poniendo más lavavajillas. Prefiero no hablar de dejar el tabaco y el vino, ni de volver a hacer ejercicio, lo que para el caso es lo mismo. Y continúo esperando que me caiga del cielo un boleto premiado de los Euromillones, y puestos a pedir, que pese un par de kilos y me golpee en la cabeza para que, de paso, me joda la conciencia y me olvide de repartirlo con nadie. Yo yo yo yo yo yo yo yo yo yo yo yo yo yo yo yo yo yo yo.

Pesado, que eres un pesado.

 Tooooooooodo igual.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Los placeres de la vida II: la autodestrucción controlada

Imaginemos: un día cualquiera. Uno de esos días que preceden a otro día en el que sabes que vas a poder dormir a pierna suelta sin agobios de trabajos ni despertadores. Centrémonos en la noche de ese día: cena abundante, fundamentalmente proteínica, agua a litros, y los primeros cigarrillos de la noche. Una ducha rápida, unos vaqueros, y una camiseta que te pones a marchas forzadas mientras suena el timbre de la puerta. Compañía, hielos y alcohol, quizás algo más. Todo listo para comenzar a castigar el cuerpo.

No soy un alcohólico, esta aclaración es importante, no desde un punto de vista moral, sino porque hace ver que para emborracharme debo beber más que un par de vasos de vino. Me gusta pasarme ciertas noches bebiendo sin parar, fumando como si lo fueran a prohibir, y hablando, cantando, gritando y volviendo a beber. Así hasta muy tarde, tan tarde que ya pasa a ser temprano. Tan temprano que ya puedes ver el estado en que está la casa, con toneladas de humo flotando todavía, pilas de CD´s que representan el desorden como ninguna otra cosa, más incluso que los ceniceros a reventar, los vasos pegados a las mesas y las palomitas flotando en líquidos parduzcos. Me gusta el momento en que soy consciente de lo borracho que realmente estoy, de mi agotamiento físico y mental, de que al día siguiente no voy a poder hacer absolutamente nada. Quizás ni siquiera dos días después pueda hacer nada. En cualquier caso, en esos momentos de destrucción, cuando los días siguientes aún son la noche anterior, encuentro un placer infinito en arrastrarme hasta la cama, sellar la habitación contra todo atisbo de luz, y dormirme sin ser consciente de que me estoy quedando dormido.

Mi respiración, mi corazón y yo.

miércoles, 20 de agosto de 2008

Los placeres de la vida I: El licor café

Me gusta el licor café, así, tal cual, sin el "de". Me gusta porque sabe a café caliente aún estando frío y con hielo. Supongo que este efecto se debe al orujo peleón que rezuma.

Estas vacaciones probé el licor café por primera vez, y eso que en la República Dependiente de la que vengo, este licor es casi religión (es algo así como el aurresku de los vascos, por tradicional y por hilarante, sólo que resulta más heterosexual que el señor de los saltitos). Durante años había visto a mis amigos pedirlo a litros, con hielo, sin hielo, antes de comer para abrir el apetito, después de comer para hacer bien la digestión, de resaca para espabilar, al salir de fiesta para emborracharse, en fin, en todas las circunstancias posibles, pero hasta este año no me había convencido. "Si quiero café, pediré café, y si quiero licor, pediré licor, pero qué cojones es eso de tomarlo todo junto", pensaba. "Ni siquiera es el famoso café irlandés, así como muy de Bogart, eso tiene que saber a agua sucia con regustillo a aguardiente". Y mira tú por donde, me equivocaba. EL LICOR CAFÉ ESTÁ BUENÍSIMO.

He estado tres semanas bebiendo constantemente este brebaje, parando para dormir y comer, obviamente, y no siempre para mear. Es la combinación perfecta: el café reconforta y espabila, el orujo emborracha e ilusiona, y así, chupito tras chupito, uno puede pasarse horas hablando sin parar, degustando el secreto mejor guardado de Juan Valdés (el tipo sonriente del burro en los cafetales. Hasta lo del licor café, pensaba que el fulano sonreía porque se tiraba al burro).

Un amigo definió al licor café como "la cocaína de los pobres". No coincido para nada. La cocaína es incómoda, peligrosa, adictiva, y para más inri, es ilegal. Lo bueno del licor café es que puedes estar tomándolo delante de tu madre sin aparente deuda moral.

Y encima sabe bien.

martes, 19 de agosto de 2008

He vuelto

He vuelto de mis vacaciones, unos días durante los cuales no he hecho nada de interés a excepción de dejarme crecer la barba. Quizás incluso este alargamiento del vello facial os resulte poco importante, pero si tenemos en cuenta que el pelo en la cara me hace más interesante, es inevitable deducir que el tiempo de asueto no ha resultado una total pérdida de tiempo.

Nada más que añadir sobre este tema.

miércoles, 23 de julio de 2008

Talkin' 'bout my generation

Hace ya tiempo que tengo ganas de decir una cosa: estoy hasta los cojones de que intenten clasificarme. Y no sólo a mí. Estoy hasta los cojones de que intenten clasificar a toda mi generación con anuncios y más anuncios musicales supuestamente ingeniosos. Me cago en las bebidas carbonatadas y todo ese rollo que pretende decirme a mí y a mis congéneres lo importantes y originales que somos. Basta ya.

No somos ni importantes, ni originales, ni nada. Somos una panda de tíos y tías perdidos, en el mejor de los casos, que estamos hartos de haber estudiado porque era lo correcto, de trabajar como condenados para empresas de mierda a las que no importamos nada y que nada nos importan, de que nuestros padres (y aquí incluyo a la tele)  nos vendieran la moto de que estábamos llamados a grandes gestas. Como dijo Brad Pis (perdón por la licencia) en una película cada vez más espantosa: “La publicidad nos hace desear coches y ropas, tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos. Somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos. No hemos sufrido una gran guerra, ni una depresión. Nuestra guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida. Crecimos con la televisión que nos hizo creer que algún día seriamos millonarios, dioses del cine o estrellas del rock, pero no lo seremos y poco a poco nos hemos dado cuenta y estamos, muy, muy enojados". Esta cita, aún pronunciada por un tipo que representa todo lo que critica, creo que resume bastante bien el sentimiento de nuestra generación. Quizás resuma el sentimiento de todas las generaciones, pero en lo que a mí respecta, creo que encaja con la mía. 

El mayor problema es que ni por asomo vamos a transformar ese enfado en nada que no sea una borrachera o una manifestación para que no nos quiten el botellón. Somos incluso más patéticos que los anuncios de bebidas gaseosas. No tenemos ideas políticas ni de ninguna otra clase, y con ideas no me refiero a haber leído libros pasados de rosca o a votar al rojo o al azul, me refiero a tener una idea de qué hacer con el mundo. Qué se yo, quizás ni siquiera nos importe el mundo. A lo mejor hasta somos la última generación que habitará en este ponzoñoso planeta, y el fin de los tiempos nos encuentra admirando la última ocurrencia publicitaria de la empresa de turno. Una de esas que nos va a salvar a todos. Una de esas que para salvarnos empieza por despedir a la mitad de su plantilla. Una de esas que hace que todo lo bonito que resta en nuestras vidas lleve un código de barras en el culo y una etiqueta con un smiley que nos sonríe y nos dice: "Cómprame, serás tan feliz que ni siquiera podrás recordar lo infeliz que eres realmente".

Por cierto, ¿qué tal estáis pasando vosotros la semana? Yo por aquí, largándome unos cuantos topiquillos... 

martes, 15 de julio de 2008

El Calippo de fresa, ese elemento subversivo


Como para otros muchos campos, para el de los helados prefabricados tengo una opinión formada. Es lo bueno de ver el mundo desde una perspectiva monocromática, que puedes opinar rotundamente acerca de cualquier tema. En el caso de los helados de diseño, tengo claro que nunca se ha hecho, ni nunca se hará, algo tan prodigioso como el Calippo de fresa, el gran legado de Frigo para el mundo.

Para empezar, ¿qué es exactamente un Calippo de fresa? Para aquellos que no lo sepan, se trata de un voluptuoso trozo de hielo de unos 16 centímetros (manejo la referencia porque es la mitad de 32), con forma cilíndrica y color medio rosa medio rojo. Podría precisar el tono si me dedicara a vender telas o leer revistas de moda, pero yo me quedé en la clasificación de colores más fiable del mundo: la caja de Plastidecor, aunque esa es otra historia. El caso es que es una especie de glande interminable que se pierde en una funda también cilíndrica que se emplea a modo de sujeción y que, a mismo tiempo, facilita el consumo del helado, pues apretando en la base, el trozo de hielo sube. En definitiva, un prodigio de la ingeniería.

Les aseguro que esto se vende a los niños.

Puedo asegurarlo porque cuando yo era niño me lo vendían. El Calippo de fresa, que obviamente está inspirado en un pene erecto (probablemente en el pene erecto del propio señor Frigo), es una especie de pesadilla freudiana en forma de postre. ¿Por qué?, Pues porque cuando uno ya tiene edad suficiente para saber lo que este "helado" representa, no puede sino preguntarse cuál es el motivo de su (de mi) adoración por él, y digo adoración porque, en un buen día, puedo llegar a comerme hasta tres Frigopollas heladas sin ruborizarme (esta ausencia de rubor pueda explicarse probablemente por lo helado del asunto).

En resumidas cuentas, les cuento que hoy me he planteado la siguiente pregunta: ¿me convierte esta insaciabilidad calipera en homosexual? Tranquilas madres del mundo. La respuesta es no, al menos en mi caso, puesto que lo como a dentelladas y no a lametones. En cualquier caso, no se despisten. Comprueben que sus hijos muerden el Calippo cual filete de ternera, y podrán seguir soñando con bodas perfectamente heterosexuales entre su vástago y la zorra que se lo vaya a quitar. Y otra cosa más: comprueben que su marido no guste de introducirse el Calippo por el culo. Si esto pasara, no duden en descartar la fresa y empezar a comprarlos de lima limón. Se ahorrarán horas de psicoanálisis.

Por cierto, dicen las malas lenguas que la interracialidad ha llegado al mundo del Calippo. El señor Frigo, siempre según estas fuentes que no puedo revelar, está pensando en lanzar el Calippo de cola, un 25% más largo que sus antecesores.

Y después no se puede decir coño en la tele porque los niños se asustan...

P.D.: nótese la mariquita que avanza juguetona hacia el Calippo en la imagen que ilustra el texto. Si esto no es publicidad subliminal, que venga Dios y lo vea.

lunes, 7 de julio de 2008

Ten fe en tus mentiras (2008)

Ya tiene la frase. La frase con la que escribirá un relato/cuento/poema/novela. Será un trabajo ganador. Ganará dinero y se comprará cosas. Comprará coches, casas, sexo, AMOR.

Ten fe en tus mentiras. Tiene la frase, pero, ¿quién la pronunciará? ¿Será el título de su obra maestra? ¿Será la frase que la introduzca? Puede que el relato acabe así:
Un abogado se abraza a su cliente antes de afrontar el interrogatorio final, después de terribles dilemas morales por saber culpable a su defendido. Es posible que sea un mensaje de Dios a San Pedro. O de San Pedro a Dios. Nononononononono, mejor será el slogan de campaña de un político futurista, cuyos acólitos se contarán entre los llamados “sinbrain”, una secta mutante nacida de entre las cenizas de un holocausto nuclear que…

- Vaya mierda, piensa.

Se centrará en la frase. La frase lo es todo. Ten fe en tus mentiras. Quizá sea el momento de descansar un poco. Tras una siesta estará mejor. Ahora no puede pensar con claridad.

El sol le da de lleno en la cara, está empapado en sudor. Hace mucho tiempo que no sueña nada y hoy no ha sido una excepción. De su boca pastosa sale La Frase como una bocanada de humo. Ten fe en tus mentiras. Se está obsesionando. Sabe que está divagando pero no puede parar de hacerlo. ¿A quién le atribuirá la frase?

¡Ya lo tiene! Será una especie de autobiografía. Un escritor frustrado y desquiciado por la falta de éxitos decide crear un personaje para sí mismo: el escritor de best-sellers. Sabe que no será fácil pero tiene la fórmula magistral, debe tener fe en sus mentiras.

Se levanta del sillón, baja las escaleras de su casa, tropieza con la alfombra del portal y de camino a la librería profiere innumerables maldiciones relacionadas con las alfombras mal colocadas, los portales sucios y las uñas de los pies largas. Ya en la librería lleva a cabo metódicamente una selección de portadas de colores brillantes, letras mayúsculas y títulos que prometen enigmas, sexo o ayuda.

Vuelve a casa.

Vuelve a tropezar con la alfombra.

Empieza a leer.

Se sorprende, devora los libros. Todo lo que lee le divierte sobremanera. Empieza a sentirse a gusto, se ducha, se afeita y le agrada ver a otra persona en el espejo.

Sigue leyendo.

Empieza a escribir, vuelve a hacerlo con soltura. Escribe relajado, con la conciencia tranquila. Describe mundos lejanos, vidas interesantes, secretos, hermosas mujeres.

Termina. Se siente orgulloso del final de su novela. Es un final inesperado. Por un momento, se dice, casi se sorprende a si mismo. Sonríe. Había oído hablar de la autocomplacencia, siempre mal, pero descubre que es una sensación muy agradable.

Comienza a mover el manuscrito. Le llaman muchos editores. Tu libro es un éxito le dicen.

Compra casas, coches, sexo.

Se suicida.

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No soporto a este tío. Será mejor que empiece de nuevo. Retomaré la frase. Tenía la frase.

Ten fe en tus mentiras…

jueves, 3 de julio de 2008

La boda de mi mejor amigo

Para empezar, perdón por el asqueroso título que remite a aquella asquerosa película, pero resulta que esto es lo que hay. Lo que hay es que este fin de semana mi mejor amigo se casa en nuestra ciudad natal con su novia de toda la vida.

Sí, estas cosas pasan. Un día quedas para tomar unas cervezas, tienes diecisiete años y A., tu mejor amigo, viene a decirte que ya, que por fin, que se ha tirado a una "madurita" de treintaysiete años y que ha sido la hostia. Te lo cuenta con pelos y señales, exactamente como le pedimos que nos lo cuente, y el tipo no cabe en sí de la felicidad que eso le supone. Cuando eres un adolescente, o postadolescente, o como coño se clasifique a un salido entradito en kilos de diecisiete años, te hace mogollón de ilusión tirarte a una mujer de treintaysiete, especialmente si es la primera vez que el sexo llama a tu bragueta, y el revolcón supone quitarte de encima lo que en esos momentos te parece un estigma, o sea, la castidad. El caso es que ese tipo grandullón se casa este fin de semana, diez años después de aquello, con una chica que por muy buena que sea, que lo es, nunca me parecerá suficientemente cojonuda para él. Siete años lleva ya con ella. Qué hijo de puta.

Él es una de las personas fundamentales de mi vida, uno de esos que están en mi lista de elegidos para escapar a Marte cuando todo esto se vaya a tomar por el culo. Nadie mejor que él para contar chistes, o para decir burradas, o para salir una noche de juerga y, doce copas después, comerte una hamburguesa con más aceite que carne, por mucha carne que tenga la susodicha. Es el mejor para la alegría y uno de los mejores para las tristezas, que en estos años ya hemos pasado unas cuantas. Al tipo le gustaba cantar, y jugar al Trivial, y al mus, y al baloncesto. Hace mucho que no hacemos nada de esto juntos, y sólo puedo culpar al tiempo y a la distancia, porque el cabrón de A. siempre está dispuesto para todo.

Hay algo terrible en esa boda que se nos viene encima. Terrible para mí claro, que al fin y al cabo el blog es mío y está para hablar de mí. Supongo que sencillamente se trata de que el tiempo ha pasado, que cuando digo "hace diez años" me estoy refiriendo a tipos que ya eran adultos. Me jode la certeza de que ya nunca más volveré a verle en el medio de una calle intentando hablar con todas y cada una de las tías que pasaban a nuestro lado, sin que yo pudiera parar de reírme. A. es la clase de tío que hace reír a todo el mundo. Hasta a las tías que pasaban a su lado con fingida indiferencia. Para nosotros se acabó todo eso. Ahora que jugamos a ser mayores y no sabemos ni por dónde coño empezar, él ha empezado por la hipoteca y el matrimonio. Y qué cojones, partiendo de la base de que no tengo un jodido condensador de Fluzo para volver a la cervecería y a la conversación sobre las treintañeras calentorras, espero que le vaya bien. Espero que A. y su futura se quieran toda la puta vida como se quieren ahora, y que tengan niños, y que esos niños sean la mitad de cojonudos que él.

A. es uno de los pocos hombres a los que les puedo decir que les quiero sin ruborizarme. No sabes cuánto me alegro de que seas mi amigo, gordo.

¡Vivan los novios!

miércoles, 2 de julio de 2008

Tiro al palo: aún no estoy para que me internen

Bueno, después de un poquito de bazofia de autoayuda, precedida por un ejercicio amoroso de los que me acercan a la camisa de fuerza, puedo confirmar que con crisis o sin crisis, aún no me he vuelto loco. Según mi psiquiatra (sí, sé que dicho por Woody Allen tiene más gracia) aún no me he vuelto loco, pero me está quedando bastante claro que mi actual postura ante la vida puede conducirme a redecorar mi habitación con paredes acolchadas. Por muy atractivo y cómodo que pueda parecer este cambio en el mobiliario, creo que, por ahora, me conviene hacer ejercicio, tomarme las miserias propias y ajenas con más calma, y abonarme a lo que se conoce como pensamiento positivo: ¿que el mundo es una puta mierda?, puede ser pero, visto lo visto, a partir de ahora mejor lo consideraré una planta de reciclaje.

Hay que joderse. Pongamos que mañana salgo a la calle y me lío a hostias con todo lo que no me gusta: todos esos tipos mediocres, autocomplacientes, averiados, maleducados, vagos, recelosos, rezumantes de grasa, sudor, cera y estupidez. ¿Qué pasaría? Que me meten en la cárcel. Sin embargo, a esos mismos tipos que me sacan de quicio con sus memeces hasta hacerme perder el juicio, a esos, no les pasa nada. Y encima votan los cabrones. Yo digo: "seamos libres, leamos, amémonos, no toquemos los cojones de los vecinos gratuitamente, seamos respetuosos, bailemos, bebamos, follemos y charlemos". Ellos dicen: "Muuuuuuuuuuuuuuuu (y con peor acento que las vacas)" y la sociedad les premia por ello con la bendición de la democracia. Esto es: "¿Ves ese tipo de ahí? Sí, ese que es mejor que tú en todo. Pues con tal de que alimentes el sistema con un papelito en una urna, yo me encargaré de que él esté cada vez más jodido y tú cada vez mejor. Vivirás cual cerdito feliz en pocilga de diseño".

Pero no teman, no están asistiendo al nacimiento de otro burro fascista. En lo que a mí respecta, los fascistas, los comunistas, los liberales, los moderados, los demócratas, los verdes, los nacionalistas y los panaderos en general, pueden coger sus ideologías, sus vestidos, sus gestos, sus símbolos y sus códigos, hacerse un paquetito con todo ello y metérselo por su democrático culo. Y se preguntarán, ¿cómo puede ser democrático el culo de un fascista? Sospecho que habiendo leído la pregunta no necesitarán ya de una respuesta. Si alguien sabe de democracia son los fabricantes de retretes. Ahí es donde se encuentra la verdadera "esencia" de la democracia.

Por cierto, por si fuera necesario, me parece importante dejar claro que este no es un post sobre política.

Les dejo por hoy. Voy a ver ET el extraterrestre con una pastillita debajo de la lengua. Paz hermanos.

P.D.: pido perdón a todos los que no merezcan estas ofensas. Especialmente a los panaderos.

domingo, 29 de junio de 2008

Crisis de pánico

El pánico me atenaza. Estoy poseído por el miedo. 

Desconozco qué extraña fuerza me ha llevado a perder las conexiones neuronales que me convertían en una persona normal, pero en este momento necesito pensar en cosas felices para evitar retornar a la situación más terrible a la que he tenido que enfrentarme. Los médicos conocen este mal absoluto como crisis de pánico. Se supone que se da en el momento en que la ansiedad domina a una persona y le hace perder el control.

A mí me pasó el viernes.

Lo que yo viví fue un tránsito por el terror que duró unos 15 minutos. Un cuarto de hora en el que, literalmente, sentí que me moría. El alma, o lo que yo entiendo que es mi alma, se me escapaba del cuerpo sin que pudiera hacer nada. No pude llorar, no pude gritar. La sola idea de respirar me producía escalofríos ante sus amenazantes y terribles consecuencias. Finalmente puede controlarme justo cuando empezaba a perder la sensibilidad en la cara. El simple hecho de recordarlo hace que vuelva a paralizarme y rezar para que todo se quede en el susto. 

Eso es lo más terrible de todo. Cuando me sentía morir, me dio por rezar. Me dio por arrepentirme de todo lo malo que pude haber hecho. Deseaba llorar y no podía hacerlo. 

Asco, decepción, sufrimiento, pánico, aire, caricias.

Cuando todo se te va a la mierda, las caricias te recuerdan que aún en el más oscuro de los caminos, existe algo bueno a lo que acogerse. Disculpen los lectores por este arrebato moralizante, pero cuando uno está realmente jodido, se agarra a cualquier cosa que aún nos haga sentir personas.

Tanto insistir en ser diferente y aquí me tienen. El tipo que se encarga de distinguir las especialidades y construir los senderos de gloria ya me ha mostrado mi vocación: enfermo mental.

Adiós normalidad. Hola psiquiatría. 

Esto se anima, que ustedes lo disfruten.

viernes, 20 de junio de 2008

El último dolor (2008)

Hubo un día en el que pensaste en dejarme y no te sonó mal: duro, sí,  pero asumible. Entonces empezaste a pensar en cómo hacerlo, y la angustia te dijo que lo mejor era hacerlo rápido, decírmelo y ya está.  

La noche anterior al día que me dejaste dormí tranquilo y me desperté con sueño, como siempre. Fui a trabajar y te llamé dos veces. En ambas ocasiones nos dijimos lo que siempre nos decimos: ambos estamos bien y ambos tenemos mucho trabajo. 

El día que me dejaste llegaste más tarde que yo a casa. Entraste por la puerta hablando por teléfono, fuiste a cambiarte y después empezamos a hablar sobre fútbol. La conversación sonaba más trascendente que cualquier otra conversación futbolística en toda la historia. Después te pregunté si estabas bien y, por última vez, te vi llorar más a tí que a mí. 

¿Qué te pasa?

El día que me dejaste, pasaba que me dejabas. Supuse inmediatamente que por otro tipo. Quizás acerté. El tipo era alto y guapo. Divertido e inteligente. Constante y cultivado. Con muchos dientes y mucho pelo. O a lo mejor era feo y gordo y calvo, pero era mejor que yo. De pronto ese tipo tenía todo lo que a mí me faltaba, aunque tú decías que no era nada de eso, era por mí. Nunca me resultaste tan insoportablemente interesante como en ese momento.

El día que me dejaste tuve un arranque de locura. Te grité, te insulté, te ofendí, e intenté humillarte y hacerte daño. Tú ya no llorabas. 

Amenazaste con irte. Poseído por una locura transitoria, pensé que eso empeoraría las cosas y comencé con las súplicas. Te pedí que recordaras los buenos momentos, los pasados y los que podrían venir. 

El día que me dejaste sentía que me ahogaba entre arcadas de llanto y palabras mediocres. Mis sentimientos son perfectamente mediocres.

Te describí al hijo que no habíamos tenido y que podríamos tener.

Vomité.

Te fuiste.

El día que me dejaste no ha llegado aún, pero llegará. Sólo pido que se parezca a esto y no a El estanque dorado, porque no hay nada más terrible que dos viejos que aún se quieren. Cuando uno muere, al otro ni siquiera le queda el consuelo del odio.

El día que me dejaste, te odié con todo el ímpetu con el que ahora te quiero. No había nadie mejor que tú. No la habrá. 

No me jodas con que no lo sabes.

martes, 10 de junio de 2008

¿De qué estamos hechos?

He dejado de fumar. Craso error.

Estoy fatal. Hace sólo una semana que no fumo y ya me encuentro infinitamente peor que antes de dejarlo. Por lo que leo por ahí, parece ser que eso significa que todo va bien. Y un carajo. Paso a enumerar lo síntomas que me aflijen:
- Me mareo.
- No puedo concentrarme, incluso menos que antes.
- Toso como un perro (como un perro que tosa, claro).
- Duermo terriblemente mal, y esto me mortifica, pues dormir era una de las pocas cosas que se me daban bien.
- Estoy enfadado. Mucho. Tan enfadado estoy que empiezo a temer por mis ya de por sí escasas relaciones personales. Dentro de poco creo que van a tener que ponerme un bozal, de ese modo, el mundo se libraría de mi tos de perro y de mis mordiscos de perro.
- La comida, la bebida, el sexo, las películas, la música y las conversaciones han cambiado. No sé si son mejores o peores, pero está claro que son diferentes. Me gustaban de la forma en que eran antes, o lo que es lo mismo, me gustaban más cuando eran perjudiciales para mi salud.
-  Todos estos síntomas, como los mandamientos, se resumen en uno solo: soy una persona diferente cuando no fumo, pero me gustaba más cómo era antes. 

Estoy francamente jodido.

La gente no para de decir en todas partes que el tabaco es sólo un mal hábito, algo que te hace oler mal y ponerte enfermo, y que no lo necesitas para ser feliz. De hecho, lo único que te hace el tabaco es quitarte años de vida. Ya, ojalá... Con el tabaco se me ha ido una parte de mí mismo, algo que en cierto modo me representaba y con lo que me sentía cómodo, algo que aún me acercaba a mi adolescencia, y a la madurez de Bogart, y a la vejez de Clint Eastwood, a cosas que podríamos englobar dentro del concepto "rebeldía amable". Joder, cómo me gustaban los pitillos de antes y los de después de cualquier cosa que valiera la pena. 

Me persigue una pregunta: ¿hasta qué punto es el tabaco parte de mí? ¿Sería yo el mismo tipo si no hubiera fumado un pitillo en mi vida? Lo que más me abate no es asegurar que, sin duda, sería distinto. Lo que me tortura es SABER que sería peor. ¿De qué estamos hechos? Sólo respondo por mí: yo estoy hecho de recuerdos, conocimientos, sensaciones, los tradicionales huesos, músculos y grasas y, qué cojones, de tabaco, de todo el puto humo que me ha cabido en los pulmones mientras que ha durado.

Por cierto, lo dejo voluntariamente. El cabrón del médico no ha tenido nada que ver en esto.

miércoles, 4 de junio de 2008

La parábola del colirio y la Nocilla

Cuentan los cubitos de hielo del congelador, que en una noche de humo y metralla en la casa del altísimo, la profeta abandonó su reclusión alucinógena y se dirigió a sus discípulos diciendo: 

- En verdad os digo, seres inertes, que me ausentaré unos instantes que os parecerán tres vidas de anciano, y cuando vuelva, todo cambiará en vuestras dejadas existencias, repletas de vacío, colapso y hambre de mil días. 

Con la salida de la profeta llegaron las murmuraciones al templo. Tres peregrinos se encontraban en él, y comenzaron a dudar:

- La profeta nos ha abandonado a nuestra suerte. La ira del altísimo castigará duramente nuestras perversiones con el hambre perpetua.

El otro dijo:

- No lo hará. Traerá Nocilla a nuestros estómagos y paz a nuestros espíritus.

Y la última afirmó:

- Sólo los taquitos de jamón traerán consuelo a estas almas penitentes.

Tras las dudas, los comentarios y las insinuaciones, que no habían sino avivado la necesidad de los peregrinos, la profeta volvió y dijo:

- Pecadores, habéis dudado de mí, y por ello mereceríais que os abandonara en vuestro peregrinar hacia el infierno, pero no lo haré porque el Señor me ha hablado y me ha contado de vuestras penurias. He aquí la respuesta a vuestras plegarias-. Y mostró a todos un diminuto recipiente, sin duda obra del Señor, que contenía un líquido al que la profeta bautizó como colirio.

- Tomad y aplicad este colirio a vuestros ojos sin virtud-, dijo la profeta, y uno a uno los peregrinos se dirigieron aliviados a la despensa, donde saciaron su hambre y su sed. La profeta dijo entonces: - Respirad aliviados hermanos, porque antes estabais ciegos y ahora veis; poco, pero veis.

Moraleja: cuando entre un grupo de gente extremadamente colocada, uno decide levantarse, los demás exigirán que sus actos estén a la altura de su arrojo. 

Y que traiga Nocilla y cucharas.

martes, 3 de junio de 2008

Cosas que nunca podré ser...

Cuando, siendo pequeños, los adultos nos preguntan "¿qué quieres ser de mayor?", todos contestamos algo. Ese algo cambia muchísimo de unos niños a otros, y a veces se obtienen respuestas increíbles. Por ejemplo, Barack Obama, ese señor que tan bien pone la cara de "soy más honesto que nadie", ya decía de niño que él quería ser presidente de su país. Probablemente podríamos seguir enumerando cantidad de ejemplos de niños que tenían perfectamente claro los genios que serían en el futuro, generando una cantidad ingente de pringoso material de biografía de aeropuerto. Sólo como pequeño inciso, quiero comentar que mi sobrino, que tiene tres años, quiere ser camionero o peluquero. Mi sobrino es cojonudo.

Todo este rollo viene a que, a lo largo de la vida, y a no ser que seas uno de estos tipos con la mente preclara, la respuesta a los inquirimientos vocacionales va cambiando muchísimo. Yo empecé queriendo ser arqueólogo, como Indiana Jones, pero me dijeron que sería muy peligroso enfrentarme a soldados y fuerzas sobrenaturales. Después quise ser astronauta y buceador, pero estas profesiones me destinaban a una muerte por ahogamiento casi segura, y así sucesivamente hasta que opté por la profesión que por aquel entonces me parecía la cosa más segura del mundo: fotógrafo. La ilusión me duró poco, pues mi hermana, siempre dispuesta a hacerme rabiar, me dijo que podría romperme un dedo al apretar el disparador. Desde entonces quedaron completamente desechados los pronósticos sobre mi futuro profesional.

A pesar de tan triste historia, poco a poco fui poniéndome otro tipo de metas un poco más dispersas. Aprende esto por aquí, mira cómo funciona aquello de más allá y, como la ilusión es libre, fui fijándome altas metas sucesivamente hasta ahora, momento en que puedo afirmar definitivamente que yo ya no seré nada de lo siguiente:

- Abogado estrella del bufete más importante del mundo. Ponle tú el nombre, o mejor aún, pon la lista de apellidos.
- John Lennon en el Shea Stadium de Nueva York, gritando y sonriendo a partes iguales.
- Cualquier otro Beatle en el Shea Stadium de Nueva York, sonriendo más que gritando.
- Locutor de un programa de radio nocturno, poniendo música cojonuda y colapsando la centralita de llamadas.
- Delantero centro del Madrid en el Bernabéu, marcando un gol y celebrándolo en el fondo sur.
- Piloto de lo que sea. Coche incluido.
- Paracaidista (esto ya no me gustaba mucho de pequeño).
- Actor de cine. Una vez en el colegio me apunté a una prueba para el papel más importante de la función de Navidad (que de forma inquietante para un colegio religioso, ese papel era el de Herodes) y me olvidé del día en que iban a pedirme que recitara mi texto. Lógicamente, no recordaba el texto porque ni lo había leído. Tan mal fue la cosa que le dieron el papel a la empollona de mi clase. Sí, antes que darme a mí el papel, el profesor consintió en que una niñita repelente hiciera el papel de Herodes.
- Triplista decisivo en la NBA. Esto me duele especialmente.
- Campeón de ajedrez. Obviamente para esto nunca es tarde, aunque tengo entendido que hace falta estudiar mucho y yo no estoy por la labor.
- Soldado. Por supuesto que ahora casi todos decimos: "¿Yo?, ¿militar? Ni de coña", pero de niños, todos, sin excepción, nos veíamos repartiendo democracia (y estopa) por el mundo adelante.

Voy a dejar la lista aquí porque me estoy deprimiendo muchísimo. ¿Qué me queda? Puede que modelo de pene y... escritor de posts concisos. Ejem.

P.D.: Espero que mi sobrino pueda, en algún momento de su vida, conducir un camión con las tijeras de peluquero en la mano.

lunes, 2 de junio de 2008

Buen ritmo

Estoy escribiendo y me encuentro fenomenal. Esto de darle a la tecla vuelve a resultarme sencillo, agradable e inspirador. Cuanto más escribo, más me gusto.

Creo que es importante, una vez que he entrado en materia, hacer un par de aclaraciones:

1- No tengo ni puñetera idea de cuánto me va a durar el arrebato de escribir. Ojalá sea mucho, me gustaría que fuera para siempre y que "para siempre" sea mucho tiempo, pero prefiero no empezar a hacer cálculos. Esto lo aviso porque si un día no vuelvo a aparecer por aquí, no quiero que nadie se lleve sorpresas ni me diga: "Oye Escritor de mierda, hace mucho que no escribes". Eso no me gusta. Bastante tengo con decepcionarme a mí mismo.

2- Esto lo escribo para mí, porque me hace sentir bien y porque me apetece. No tengo ninguna necesidad de que me alaben o me critiquen, por lo que no necesariamente responderé a las críticas o a las alabanzas en caso de que lleguen a producirse. Partiendo de esta base, es justo que quien quiera puede decir lo que le dé la real gana.

Una vez expuesto lo anterior, ya puedo dejar de actuar como un imbécil y seguir a lo mío. Estoy seguro de que nadie (o casi nadie) lee ni leerá esto. Estas dos ideas tan torpes que acabo de escribir están ahí, como todo lo demás, sólo porque me parece importante aclarar estos puntos en mi cabeza.

Como te digo una cosa, te digo la otra.

Utilizar en caso de invasión extraterrestre

Hay ciertas cosas que nos definen como especie (me refiero a los humanos en general, no sólo a los gallegos). Una de ellas, probablemente la más importante, es nuestro gusto por contarnos historias, anécdotas, batallitas en general. Si no fuera por esto, jamás hubiéramos avanzado lo más mínimo, puesto que si no necesitáramos contar al que tenemos al lado lo que nos pasa, no se nos hubiera ocurrido socializarnos y no podríamos haber creado herramientas de todos los colores y formatos para volver a aislarnos (pero eso es otra historia en la que no me apetece lo más mínimo entrar).

A lo que voy es a que si la humanidad tuviera que defenderse de alguna manera ante, así a bote pronto, un tribunal alienígena universal en el que se nos fuera a juzgar como especie, siempre podríamos decir:

- Sí, de acuerdo, hemos cometido todo tipo de tropelías a lo largo de la historia. Nos hemos matado, torturado, violado y causado durante siglos incontables sufrimientos los unos a los otros. Hemos sido inmorales hasta la extenuación y no nos ha importado lo más mínimo cagarnos en todo lo que, en definitiva, importa realmente. Pero por favor, antes de borrarnos del espacio y el tiempo para siempre, tengan en cuenta que también hemos hecho esto:



Nos matarían igual, pero seguro que callaríamos muchas bocas.

sábado, 31 de mayo de 2008

Sabadear

Remolonear
Orgasmo
Zapatillas de casa
Lentillas
Dientes
Zumo de naranja
Pitillo
Jazz
Ducha
Coca Cola
Coche
Familia
Niños
Juguetes
Huevos fritos, patatas, chorizo y cebolla
Lavavajillas
Escondite
Historia
Té rojo
Peli
Conversación
Siesta
Móvil
Amigos
Copas
Otra conversación
Millones de pitillos
Portal
Baile
Ella
Ojos
Debilidad
Cama

Esta es la vida que me importa. Puede que esté más o menos vacía o más o menos llena, puede que esto no me deje en buen lugar en comparación con un adolescente granuloso, o puede que me convierta en un tipo genial. La verdad es que eso me importa un carajo. Estas son las cosas que me diferencian de los animales, que me hacen aparecer como la persona que quiero ser el resto de mi vida, con la gente con quien quiero estar todo el tiempo que vaya a estar.

Esta es mi vida, más allá es imposible.

viernes, 30 de mayo de 2008

Lo suponía (oda a mi ombligo)

Como suponía, hoy me encuentro mejor. Recupero vigor, alegría, samba para el cuerpo, y presteza en piernas y manos. Cualquiera diría que ayer yo no era la misma persona. Pues lo soy.

Es complicado explicar estos cambios anímicos que tengo. ¿Cómo es posible que un trabajo que en principio no me preocupa demasiado pueda ser fuente de tanta tristeza y también de tanta(cuando llega el viernes, claro) alegría ? Imagino que es porque, contra todo pronóstico autocomplaciente, estoy resultando ser una persona normal, y esta cada vez más arraigada convicción me llena de tristeza. No quiero ser normal, nunca lo he querido. Sin embargo, me encuentro con que me gustan las casas grandes, la ropa bonita y las colecciones grandes de discos, pelis y libros que te hacen parecer una persona más interesante de lo que eres. La desgracia está en que para poder comprarlos, no puedo escucharlos, verlas ni leerlos. Menuda estafa.

Siempre he ansiado ser diferente porque la gente que me gusta lo es. Lo son los escritores, en sus casas junto a preciosos ríos y sus pantalones de pana; lo son los directores de cine con su extrema gordura y su extrema delgadez; lo son los músicos con sus instrumentos colgados y, por supuesto, lo son mis admirados amigos Batuka y BA, que pronto harán algo grande. También lo es ella, Rula, con su delirante optimismo y sus prescindibles tristezas. Después (o antes, según se mire), estoy yo. No me gusto, es decir, me gusto en mis intenciones pero me repugno en mi pasividad. No soy capaz de concentrarme en nada, sólo brillo de la forma en la que me gusta hacerlo en determinadas conversaciones lisérgicas y, para eso, apenas recuerdo ninguna. Durante estas conversaciones (dispuesto como estoy a ser sincero), noto que mis interlocutores me miran como diciendo: "y tú dónde coño te metes el 90% del tiempo?". Yo les contestaría de buen grado si supiera hacerlo, les diría aquello de "no se puede ser brillante todo el tiempo". Así soy yo, y cuando me embalo, me encanto. 

Por eso este post se titula oda a mi ombligo. 

Por eso lo único que escribo es un post de vez en cuando, si entendemos que "de vez en cuando" es de año en año.

jueves, 29 de mayo de 2008

Tan desgraciados

Hace tiempo que no escribo nada. Hace ya mucho que he empezado a olvidarme de la disparatada idea de lograr el éxito. Desde la última vez que escribí una entrada en esta bazofia de blog, mi vida ha cambiado completamente. Es curioso cómo en un año todo da la vuelta. 

Hace un año soñaba con tener un trabajo mejor, que me daría una vida mejor, que me convertiría en mejor persona. Hoy he cambiado de trabajo, se ha abierto un nuevo camino profesional para mí, y resulta que todo está cambiando para peor. Antes me desesperaba la imposibilidad y lejanía del cambio. Ahora me acongoja la posibilidad no contemplada antes de no valer para hacer el trabajo que quería. Día tras día compruebo con desesperación que el cambio se me resiste. Quizá la situación no es tan dramática. Cobro todos los meses, no recibo excesivas quejas sobre mi rendimiento y, probablemente, en un mes opine de forma diferente. Hoy, sin embargo, tengo la impresión de llevar demasiado tiempo sin tener la sensación de que soy bueno en lo que hago. Me encantaría ser capaz de llegar al trabajo y dar lo mejor de mí. Me encantaría volver a leer como antes. Me encantaría poder escuchar de nuevo con orgullo el sonido de mi voz. Por ahora no puedo hacerlo. Se me acaban las pilas y las opciones. Pierdo sentido del humor a cada día que pasa, me cuesta reírme de mí mismo y comienzo a desarrollar una impaciencia por el dinero y el éxito que no se corresponde con los méritos personales para conseguir ambas cosas. El mundo se desploma, o no, pero a mí se me está cayendo el alma a los pies. 

Sólo me queda un consuelo: se supone que siempre pueden venir tiempos mejores. El problema es que es posible que estos sean los tiempos buenos. Quién sabe... Seguro que acabo echando esto de menos. Como dijo Oscar Wilde: "aquellos tiempos  felices en los que éramos tan desgraciados...".

Curiosamente, y después de todo el sermón lacrimógeno que acabo de largar, no me cabe duda de que todos los cambios del último año han sido para mejor. Entonces, ¿qué cojones me pasa?