martes, 28 de diciembre de 2010

Hombre de 30 vale por dos

“El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos”. Eso le decía Ingrid Bergman a Bogart con el brillo del mejor colirio de los años 40 en los ojos, mientras flotaba en el ambiente un olor lejano a carne quemada. La historia de siempre, pequeños aconteceres propios que restan brillo a la bien pulida mierda colectiva. Ahora lo conocemos como “la importancia de las pequeñas cosas”. Detalles personales que tan únicos y especiales nos hacen sentir. A veces me acojona la manera en que nos soltamos tópicos los unos a los otros para intentar ser diferentes.

A tres horas del desastre, mi “pequeña cosa” es el tiempo. El que me queda y el que ya ha pasado. 30 años, el momento perfecto para escribir sobre lo que quería hacer y aún no he hecho. Precisamente, si hubiera hecho lo que tenía que hacer ahora estaría hablando desde el altar de la condescendencia sobre Wikileaks, la corrupción, la injusticia, los políticos, el amor y la comida basura. Susurrando a la conciencia del guapo de la clase que “lo más importante que me ha pasado en la vida es aprender a leer”. Pero no, resulta que eso no va a pasar en esta vida. Y no porque me esté muriendo (al menos no en el sentido más apremiante de la expresión), sino porque cumplo 30 y aún no he hecho nada. Diría “casi nada”, pero el asunto va de autoflagelación.

Mientras apuro el tiempo de descuento de los veintipico, mira tú por donde que me ha dado por escribir otras dos listas. La primera es de las que no llevan a ninguna parte en el mejor de los casos, y al insatisfactorio pasado en todos los demás: la lista de las cosas que me hubiera gustado ser antes de los 30. La segunda es una declaración de intenciones, una apuesta a lo que no quiero ser dentro de diez años: cosas que puedo llegar a ser a los 40. Ahí vamos:

Cosas que me hubiera gustado ser antes de los 30

1- Guapo de cojones. Bíceps de acero, abdominales de estatua renacentista y sonrisa de medio lado. El resto se puede operar o asumir. De todos modos, ¿a quién cojones le importa la nariz o las orejas cuando se te marcan los abdominales a través del edredón?

Una pena que dejara de hacer deporte casi antes de empezar, y que no vaya al gimnasio aunque esté en el bajo de mi casa porque me da mucho asco el calorcito producido por el sudor ajeno. Imagino que a ti lector también te dará asco, pero si tienes suerte lo habrás atribuido hasta ahora a las luces o la calefacción. En ese caso, olvida lo que has leído y vive este sueño por mí.

2- Escritor de los buenos. De los que la masa odia mientras que a la crítica acertada se la pone dura. “Publiqué mi primera novela a los 23, después de una horrible colección de cuentos que escribí hasta los 19. Dicen que ahora es una lectura de culto, pero a mí me da mucha vergüenza volver a leerlos”. Este plan. Se me escalofría el espinazo con sólo imaginar esa mezcla de envidia y admiración. Notar ese desprecio en los ojos de los transeúntes tiene que ser muy reconfortante.

Lástima que mi vocación sólo produzca costumbrismo humorístico con frecuencia no superior a una vez cada seis meses. Para colmo, esto lo hacía mucho mejor con 28 que con 29. Y ahí es cuando el que va mirando con asco por la calle soy yo, y la condescedencia es siempre de los que se cruzan conmigo.

3- Guionista de los buenos. En la misma línea que la anterior pero con gafas de pasta en lugar de coderas y melena en lugar de raya a un lado. Más fiestas, menos debates, más rock and roll y menos café, pero por ahí van los tiros.

¡Ah!, y más drogas, más baratas y con el aliciente de un ambiente social receptivo.

4- Deportista de elite, preferiblemente jugador de baloncesto. Si bien esta opción carece del respeto intelectual que proporcionan los deseos 2 y 3, y no necesariamente aporta el aspecto exterior del deseo 1, cuenta con una de las mejores cosas que se pueden tener en la vida: la gloria física. La canasta ganadora en el último segundo, la última recta que culminará la remontada, la tierra batida pegada en la camiseta y las repeticiones a cámara lenta.

Este es el deseo más inasequible de todos porque por mucho que haga o hubiera hecho anteriormente, el físico da para lo que da. Quién sabe, a lo mejor uno de estos días me pongo con el curling, pero seguro que no va a ser lo mismo.

¡Ay mi madre! Me he entretenido con la lista y sólo me quedan un par de horas. Que conste que todo esto lo escribo como veinteañero con prisa, y que como tal debe ser juzgado por las generaciones futuras y presentes. ¡Ay ay ay!

Paso a la siguiente lista programada, y en cuyo incumplimiento debo afanarme en el futuro más cercano.

Cosas que puedo llegar a ser a los 40

1- Aburrido. Después de 17 años de trabajo de oficina y descansos para fumar, me morderé las uñas junto a mi hijo de 8 años mientras vemos al Madrid por la tele. Es posible incluso que la tele siga siendo la misma que tengo ahora. Muy inquietante. Pocas palabras, risa aspirada con los chistes de mis dos subordinados y polos de colorines que le encantarán a la aburida de mi mujer. Si tu vida es una mierda, deja que la ropa hable por ti.

2- Agobiado. La situación anterior me lleva directamente a esta. Me compraré un Porsche y lo conduciré con una visera que tapa las consecuencias recientes de mi implante de pelo. Lo haré aunque sepa que no me lo puedo permitir, especialmente si tengo en cuenta las estrecheces en que vivo tras el divorcio. Me reiré de haber caído en lo que con 29 consideraba un estereotipo despreciable. Qué coño sabría yo de la vida por aquel entonces. Recojeré en la universidad a mi novia de 20 años. Sospecharé que me la pega con otro, un pimpollo que estudia comunicación audiovisual y que hace un corto sobre malos tratos. El protagonista llevará una gorra como la mía. Me cagaré en su puta madre.

En el trabajo me irá muy bien, sólo tenía que hacerme a la idea de lo bueno que es en realidad. Aún así, nunca tendré un duro.

3- Nostálgico. De esto sí que no me libro. Sabiendo que ya lo soy con “casi” 30, en diez años seré un llorón. Amargaré la vida a los hijos de mi mujer con frases del tipo “cené solo en mi cumpleaños. No, la abuela y la tía estaban de viaje”. Entonces me contestarán que sólo tienen 7 años y la primera mitad de las vacaciones de Navidad le toca a su madre. Mientras me tiran los puntos de la coronilla pensaré que los valientes se suicidan y después me iré a dormir, que mañana hay que trabajar.

4- Frustrado. A la lista de cosas que no había conseguido ser antes de los 30, se sumará el fulano en que me habré convertido. Sólo podré reconocer el talento ajeno por una cosa: será el blanco de todas mis críticas. Apabullaré a los becarios, recelaré de mis compañeros y no podré ver en la tele otra cosa que deportes y Cifras y letras. Intentaré generar directamente el odio que codiciaba previamente como premio a mis merecimientos. Sólo utilizaré el Porsche los fines de semana porque me dará vergüenza llevarlo al trabajo. No querré que me compadezcan, querré que me odien. Seguiré yendo en taxi.

5- Desarraigado. Años antes habré discutido con mi familia y amigos, en distintas fases y de modo gradual, acrecentando cualquier atisbo de distanciamiento preexistente. Mi madre me dirá frases lapidarias e hirientes a las que habré dejado de prestar atención. Mi hermana me invitará a comer los domingos para enseñarme fotos: “de pequeños eran tan buenos”.

A 100 minutos del primer gran mazazo de edad que me caerá en la vida, quiero creer que nada de esto pasará. Pienso que pasearé camino de casa de mi hermana por el moderno barrio céntrico de alguna capital europea, con tres libros autografiados bajo el brazo izquierdo y un carrito con un bebé que sonríe desde dentro con la tranquilidad de que su padre se ha convertido en vida en la persona que quería ser. Pienso que ya conozco y vivo con su madre, y que quizás ese libro ha germinado ya en alguna parte de mi cerebro. Quiero pensar en las caras de asco de mi futuro vecindario, y comprender que el destino me conduce irrevocablemente a la felicidad.

Mi abuela, que no era Ingrid Bergman pero que decía las frases con mucho salero cuando estaba de buen humor, solía decir con el dedo índice levantado: “hombre precavido vale por dos”. En este último párrafo, que no pretende más que dar algo de coherencia a una sucesión inconexa de ideas, añadiré al refrán lo siguiente: “hombre precavido vale por dos: el hombre que eres, y el hombre que quieres llegar a ser”.

Y ahora, aunque aún no estoy oficialmente jodido (queda un poquito más de una hora), ya puedo sentarme a esperar. Y ojalá que cuando me levante tome las decisiones correctas.

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