viernes, 31 de octubre de 2008

El infierno existe y está en un primero izquierda

Vaya, cuánto tiempo sin escribir nada aquí. Es lo que tiene llegar a las 1900 visitas peladas (de las cuales unas 1700 son mías, ávido de encontrar comentarios nuevos a mis miserias), y es que la fama se me sube a la cabeza y me embota la imaginación y los dedos para escribir. Cuántos días me he pasado hueco pensando en la próxima entrada de mi nevera, soñando con posts brillantes e imaginativos, que no repararan en exquisitos vocablos ni deliciosas e hilarantes metáforas. Días perdidos, en los que no me he dado cuenta hasta ahora (bueno, hasta hace una media hora), de que ese no es mi estilo, de que este es mi blog y me gusta como es, de que las aspiraciones de brillantez, en definitiva, mejor me las guardo para una futura reencarnación.

Total, que ahora que ya estoy otra vez metido en faena, y que voy a continuar escribiendo aquí lo primero que se me venga a mis cuatro dedos de frente, os voy a explicar lo que significa el título de este post (reconoceréis que, al menos, el título tiene gancho ¿eh?). Vamos a poner un pelín de misterio y a empezar al estilo de las pelis baratas de terror:

Todo comenzó en una noche oscura, la que precedía al Día de todos los santos, como en una conjunción astral en la que los vivos se acercan a los muertos... Y entonces entré en la tienda de disfraces para recoger un disfraz de jockey que voy a emplear en un absurdo y desesperado proyecto cinematográfico (pero qué rápido pierdo la tesión, y qué pronto me voy al paréntesis).
Pues sí, en Jalogüin, se me ocurrió meterme junto a BA (ver entradas anteriores) en una especie de trampa mortal situada en un primero izquierda de una calle de Madrid, con el objetivo de recoger el famoso traje de domador de jamelgos, que previamente había reservado por teléfono, desconocedor, todavía, de que mi reserva coincidía con uno de los dos únicos días ajetreados del año en una tienda de disfraces. 

Todo se resume, si es que resumir es posible en este endemoniado post, en que una vez en el garito de turno, nos vimos sorprendidos por una turba de urgentes demandantes de vestuario siniestro, entre los que no faltaban trajes de Bitelchús, novias cadáver, y un número indeterminado de desgraciados que veían en este día una posibilidad de triunfar (en el sentido sexual de la palabra) vestidos de fantasmas de la ópera. Sin saber muy bien cómo, aparecí encerrado en el escasamente desinsectado cuarto de baño del lugar, intentando embutirme en unos pantalones de mujer y unas botas a todas luces demasiado altas, incluso para un oficial de la Gestapo. La puerta constantemente golpeada por operísticos fantasmas deseosos de fardar de fajín delante del destartalado espejo del baño, un dependiente obsesionado con ofrecerme chisteras a cada cual más diminuta que la anterior (o eso quiere pensar mi proporcionada cabeza), gritos, gritos y más gritos. Me falta talento y mala baba para describir exactamente en qué se convirtió semejante berenjenal. Sólo puedo advertir a todo aquél que aún lea este abandonado blog de que jamás, pero en plan nunca, se os ocurra meteros en una tienda de disfraces que no esté a ras de acera.

El infierno existe y está en un primero izquierda (me regodeo).

Avisados quedáis.

3 comentarios:

Belén dijo...

Menos mal que vivo en un sexto jajajajajjajajajaj

Besicos

J. dijo...

Es curioso lo de los disfraces. Yo una vez me vestí de bombero y la gente me confundía con un fumigador y con un chino recolector de arroz. Por 12 euros no daba para más. Por cierto, ya te hablaré algún día de mi primero izquierda. Es bastante peor que el infierno. Un saludo.

Anónimo dijo...

Gracias por volver. Te echábamos de menos...