viernes, 20 de junio de 2008

El último dolor (2008)

Hubo un día en el que pensaste en dejarme y no te sonó mal: duro, sí,  pero asumible. Entonces empezaste a pensar en cómo hacerlo, y la angustia te dijo que lo mejor era hacerlo rápido, decírmelo y ya está.  

La noche anterior al día que me dejaste dormí tranquilo y me desperté con sueño, como siempre. Fui a trabajar y te llamé dos veces. En ambas ocasiones nos dijimos lo que siempre nos decimos: ambos estamos bien y ambos tenemos mucho trabajo. 

El día que me dejaste llegaste más tarde que yo a casa. Entraste por la puerta hablando por teléfono, fuiste a cambiarte y después empezamos a hablar sobre fútbol. La conversación sonaba más trascendente que cualquier otra conversación futbolística en toda la historia. Después te pregunté si estabas bien y, por última vez, te vi llorar más a tí que a mí. 

¿Qué te pasa?

El día que me dejaste, pasaba que me dejabas. Supuse inmediatamente que por otro tipo. Quizás acerté. El tipo era alto y guapo. Divertido e inteligente. Constante y cultivado. Con muchos dientes y mucho pelo. O a lo mejor era feo y gordo y calvo, pero era mejor que yo. De pronto ese tipo tenía todo lo que a mí me faltaba, aunque tú decías que no era nada de eso, era por mí. Nunca me resultaste tan insoportablemente interesante como en ese momento.

El día que me dejaste tuve un arranque de locura. Te grité, te insulté, te ofendí, e intenté humillarte y hacerte daño. Tú ya no llorabas. 

Amenazaste con irte. Poseído por una locura transitoria, pensé que eso empeoraría las cosas y comencé con las súplicas. Te pedí que recordaras los buenos momentos, los pasados y los que podrían venir. 

El día que me dejaste sentía que me ahogaba entre arcadas de llanto y palabras mediocres. Mis sentimientos son perfectamente mediocres.

Te describí al hijo que no habíamos tenido y que podríamos tener.

Vomité.

Te fuiste.

El día que me dejaste no ha llegado aún, pero llegará. Sólo pido que se parezca a esto y no a El estanque dorado, porque no hay nada más terrible que dos viejos que aún se quieren. Cuando uno muere, al otro ni siquiera le queda el consuelo del odio.

El día que me dejaste, te odié con todo el ímpetu con el que ahora te quiero. No había nadie mejor que tú. No la habrá. 

No me jodas con que no lo sabes.

1 comentario:

wishmaster dijo...

"Te describí al hijo que no habíamos tenido y que podríamos tener." Hay veces que uno no sabe si escribir lo que quiere escribir porque no tiene claro si es una genialidad o una horterada. Por suerte una genialidad compensa unas cuantas horteradas. Eres bueno tío.